V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Poesías por la voluntad

Rocío Jodrá Egido, 14 años

                 San Agustín (Madrid)  

Era ya primavera, pero aún hacía frío. Madrid se había ido vaciando paulatinamente ante la perspectiva de las vacaciones de Semana Santa. Quizás, en el único lugar en el que aún quedaba algo de vida era la Gran Vía.

La gente paseaba despacio, con aires festivos y sin mirar al suelo. Si lo hubieran observado, habrían visto, justo en la puerta de la Casa del Libro, a un hombre que se calentaba con literatura y alcohol. Junto a él se encontraba un letrero de cartón: “Poesías por la voluntad”. Aunque parecía invisible al mundo, él estaba atento a todo lo que pasaba frente a él.

Aquella tarde, nosotras dos también pasamos por allí. Un par de ojos que no saben pasar sin leer cada letra, los míos, archivaron aquellas cuatro palabras: “Poesías por la voluntad”.

-¡Qué lástima!… Mira que vender así su arte.

-Es otra forma de vivir.

-Aún así, ¡que lástima!

Pasamos de largo, sin volverle a mirar. Pero en mi mente la frase dio unas cuantas vueltas antes de desvanecerse. Para él, una tarde cualquiera se componía de cerveza y escribir; para nosotras, de risas en cualquier café y planes para las inmediatas vacaciones.

A la vuelta de Semana Santa, todo seguía igual: alguna moneda sobre la caja del poeta y sus sueños escritos en unas cuantas hojas desperdigadas por la acera. Quizás fueran las ganas de unas risas o, simplemente, nuestra curiosidad, que le pedimos una poesía y después otra. Una para cada ella y otra para mí.

Mientras el poeta recitaba sus poemas, una sonrisa iluminaba su cara. No sonaban mal.

Al marcharnos, volvió a su sus hojas. Cinco euros. Era todo lo que había recaudado esa tarde. Puede que hubiese sido un mal día o quizás uno de los mejores, ¿quién sabe?… Quizás esa noche, al llegar a su casa, descubriese una carta de la editorial a la que llevaba tanto tiempo escribiendo o quizás al día siguiente todo siguiese igual, en el mismo suelo, en la misma acera… Un comentario interrumpió mis pensamientos.

-¡Qué lástima!