VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Por ver el mundo

Rosana Molero, 17 años

                 Sierra Blanca (Málaga)  

-Todo va a salir bien –aseveró la mujer-. Estoy segura.

Su marido la contemplaba con ternura, consciente de lo equivocada que estaba. Pasó un brazo por sus hombros en un ademán de consuelo. Enseguida, una enfermera apareció por la puerta.

-Acaba de entrar en quirófano –anunció.

Luis se tensó. El momento acaba de llegar.

* * *

Mario alcanzaba a oír las leves voces que rompían el silencio de aquella habitación. A pesar de que lo veía todo oscuro, sabía dónde se encontraba y también lo que iban a hacerle minutos después, en cuanto se durmiera.

-Ya verás como no te vas a enterar de nada –le animó un médico-. En cuanto quieras darte cuenta, estarás fuera.

Quiso asentir, pero la mascarilla que le cubría nariz y boca se lo impidió, provocando un sutil movimiento de cabeza. El pequeño notó como empezaba a sentir un leve sopor que aumentaba sin apenas darse cuenta, hasta que dejó de ser consciente de lo que ocurría a su alrededor.

Horas más tarde, el cirujano anunció a sus padres los resultados de la intervención quirúrgica. «Esperar», había dicho. Era duro, pero no restaban más alternativas. Solamente esperar...

* * *

-Hoy es el día –susurró Luis al oído de su mujer-. Hoy veremos si la operación ha servido para algo.

El niño había permanecido con una venda sobre los ojos. El médico iba a retirarla. Cuandos e la quitó, hizo un gesto a la madre para que se acercara.

-Abre los ojos lentamente.

-Me duelen un poco.

Una suave luz fue filtrándose por entre sus párpados. Sentía miedo. Nunca había experimentado aquel sentido, limitado desde que nació. No sabía si sus padres serían tal y como los había imaginado al tocarles.

Sentía el corazón, que le latía con fuerza. Por un momento, pensó en volver a cerrar los ojos, pero le vencía el ansia y la curiosidad. Frente a él se dibujada la figura borrosa de un hombre con bata blanca. Su visión no era nítida, aunque podía distinguir las siluetas.

A su lado, descubrió a una mujer, su madre. De repente, se le disipó el miedo, trocándose en alegría. Su instinto le llevó a parparle la cara, que trajo a sus dedos aquellos rasgos tan queridos.

Lucía no pudo evitar que le inundara un mar de lágrimas. Sabía que su hijo la estaba viendo.

Desde el hombro de su madre, Mario alcanzó a distinguir una nueva silueta, que le lanzaba una sonrisa. Su padre se acercó, uniéndose al abrazo.