V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

¿Quién era esa persona?

Claudia Patiño, 14 años

                 Colegio Montespiño (La Coruña)  

El sábado me levanté, me duché y tomé un desayuno. Como tenía que responder la carta de Laura, tomé papel y me dispuse a escribir. A las doce plegué la carta, la metí en un sobre y bajé a la calle para echarla en un buzón.

Entré en el bar para tomarme una cerveza. Saludé a Juan, el camarero, pero pareció no reconocerme. Me pregunté por mis adentros qué le sucedería, tal vez un golpe repentino de amnesia. Al volver a casa me tumbé en la cama y me quedé dormido. A la mañana siguiente fui deprisa al buzón, por si Laura me había vuelto a escribir. Pero no había nada. Tampoco a la mañana siguiente y al siguiente y al siguiente... Era todo muy raro porque tampoco recibía ningún recibo del agua o de la luz.

Un día vi pasar al cartero y le pregunté si no había ninguna carta para mí.

Me respondió que para mi dirección no había correspondencia.

Decidí coger el coche y dirigirme a casa de mi madre, para contarle lo que me estaba sucediendo. Al llegar, toqué en la puerta y me abrió ella. Le iba a dar un abrazo cuando, de repente, se echo hacia atrás y, sin mediar palabra, cogió el teléfono y llamo a la policía para decir que en la puerta de su casa había un desconocido que se hacia pasar por su hijo.

-Mamá, soy Leo, tu hijo.

Ella me respondió diciendo que no me conocía, que no sabia quién era y me cerró la puerta en las narices.

Comencé a dudar de mi identidad.

Al llegar a casa me encontré con uno de mis vecinos. Le saludé, pero él me miró con distancia.

¿Qué me estaba pasando? ¿Qué había hecho para que la gente estuviese así conmigo? Me metí en la cama; no quería saber más sobre ese día que parecía que me había levantado con el pie izquierdo.

Al día siguiente bajé de nuevo al bar. Estaban mis amigos jugando al mismo juego de siempre. Tomé una silla y me senté al lado de ellos. Todos me miraban con cara de sorpresa, como diciendo: “¿qué hace este señor?”.

Entonces me levanté y les grité:

-¿Qué os pasa? Decirme, qué os he hecho, por favor.

Se hizo un silencio interminable.

-No te conocemos -habló uno de ellos-, así que usted no nos ha hecho nada.

Yo estaba totalmente perdido. ¿Por qué me había convertido en un desconocido para todo el mundo, hasta para mi madre? La única persona que sabía cómo me llamaba, dónde vivía, cuántos años tenía... era yo. Ahora podría llorar y reír sin que a nadie le importara.