X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

¿Quieres ser mi amigo?

Amaya Senciales, 14 años

                  Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Un hombre de corazón melancólico caminaba de noche por Málaga. Estaba sumido en sus recuerdos, sin reparar en lo inusualmente desiertas que estaban las calles. De pronto volvió al presente. Por la calle Larios, tan ajetreada, sólo la transitaban algunas cuadrillas de adolescentes y gente impaciente por llegar a casa.

Miró en derredor, en busca de alguna explicación de esa anomalía. Desde una balconada un Papa noel de plástico le guiñó un ojo y un centelleante letrero le deseó Felices Fiestas. Casi vislumbró el belén de alguna de las viviendas que le rodeaban. Nochebuena. La palabra surgió como por ensalmo por primera vez en muchos años, abriendo el baúl de su infancia: el invierno de Letonia, su país de origen, su madre sirviendo la cena, la eterna sonrisa de su padre, los hambrientos ojos de sus hermanos, atentos al aroma de la cocina, y el árbol de Navidad bendiciendo la noche.

Muchas cosas habían cambiado. A sus veintidós años, Andris, siguiendo el ejemplo de sus parientes, decidió encontrar un trabajo. El sur de Europa lo reclamaba a gritos, con su apacible clima y sus buenos sueldos. Hasta que llegó la crisis.

Parecía que en España no quedaban empleos ni para los nacionales. Él se vio en la calle, sin piso ni comida. La realidad no se parecía en nada a aquella fantasía que un día dibujó en su cabeza. Sus padres le decían: “¡Vuelve a Letonia!”. Pero no podía, pues supondría reconocer un fracaso.

Hacía años que apenas había visto a su familia, tan solo una vez al año y desde el ordenador de alguna cafetería con Internet, por videoconferencia. Su madre siempre tenía lágrimas en los ojos, su padre le deseaba suerte con la voz rota y sus hermanos le contaban sus experiencias desde otros países. Andris no dejaba de percibir que la distancia había extinguido su fraternal camaradería.

Lo único que conservaba de Letonia era una flauta de madera. La tocaba por las calles y su interpretación le hacía ganar el alimento del día. Cuando soplaba era como si insuflara magia al instrumento, que se convertía en un dulce pájaro de arce que echaba a volar. Los presentes no podían dejar de aplaudir y elogiar su maravilloso talento. Pero él, en secreto, se lo agradecía a su compañera de madera.

Tras largo rato de divagación, Andris decidió que esa noche no sacaría dinero con la flauta. Se sentó en un portal y mientras tiritaba de frío, extrañó un hogar donde celebrar la Nochebuena. Sacó de su mochila un bocadillo de jamón reseco y comenzó a masticarlo, pero el pan estaba tan gomoso que le costaba tragarlo.

Escuchó un murmullo. Alguien estaba hablando. Se incorporó y miró hacia arriba. Apoyada en una baranda, una anciana decía para sí:

-Así que no han venido. Me han dejado completamente tirada. Menuda gente. ¡Qué injusticia!...

La mujer dirigió los ojos hacia el suelo y lo vio.

-Muchacho, ¿no tienes frío? ¿Has cenado ya? -. El silencio de Andris resultó revelador-. ¿Te gusta el pavo?

-Sí, señora. Me encanta -. El hambre habló por él.

-Humm… ¿Quieres ser mi amigo? –le preguntó la anciana, que parecía repentinamente infantil.

Le recordó a su abuela. Además, llevaba varios rulos en el cabello, lo que le daba un toque tierno.

-Me encantaría -respondió sinceramente. Era la primera proposición de amistad que le hacían en todo el tiempo que llevaba en Málaga.

Entonces, la mujer puso los brazos en jarras, fingiendo una actitud severa y dijo:

-¡Pues qué haces ahí plantado, muchacho! ¿Crees que tengo toda la noche? Vamos, anda, que la cena se enfría -exclamó como lo haría con un nieto-. El piso es 1º C. Y límpiate los zapatos antes de entrar, no me lo vayas a ensuciar todo.

Le abrió la puerta desde el porterillo electrónico y Andris pasó al interior del edificio. De alguna forma, aquella era también una entrada a la esperanza.

Se encendió una lámpara, otra más de entre las muchas luces que alumbraron la ciudad ese 24 de diciembre. Sin embargo, aquella luz se había transformado en un fuego de consuelo en el océano de oscuridad que era la vida de Andris.