V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Quique

Cristina Vizcaíno, 16 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

-Papá, papá... ¡Corre, date prisa! -el niño insistía con mirada suplicante. Su carita menuda temblaba de excitación.

Era la noche de San Lorenzo y ambos habían salido a la terraza para contar las estrellas fugaces.

-Vamos, sube. ¡Te lo vas a perder!

La voz apremiante de su hijo consiguió arrancarle una sonrisa a Javier. Estaba cansado, y le costó trabajo levantarse del sillón.

Esta vez Blanca y las niñas se habían quedado en casa. Era una noche reservada para los chicos, una ocasión única para compartir algo especial entre padre e hijo. Y eso llenaba a Quique de orgullo. Javier podía percibirlo en sus ojos, en esa mirada alegre y oblícua, en la energía que desprendía al subir por la empinada escalera a toda prisa.

Llevaban planeando esa noche desde hacía meses. Al ser el único chico y el pequeño de cinco hermanos, Quique disfrutaba cada segundo de este tipo de planes que él calificaba como “asuntos secretos”.

A Victoria, su hermana mayor, le gustaba el ballet y jugar con sus muñecas. Muchos domingos, después de comer, reunía a tíos, abuelos y primos para que observasen sus progresos como bailarina. Con Quique tenía una gran afición en común: la música clásica. Alicia era la segunda. Era la más deportista de los cinco, y, gracias a ella, Quique era considerado como uno de los mejores delanteros de su curso. Después venía Claudia. Quería ser veterinaria y siempre aparecía en casa con pequeños animales (insectos, lagartijas, algún ratón...). Quique le pedía que le trajera el león que habían visto en el circo. Por último, Bea, la pequeña de las chicas, era una pelirroja vivaz y pecosa. Era conocida por su habilidad con las cartas. Le había enseñado a Quique algunos trucos y los dos se divertían haciendo rabiar a su tío cuando le ganaban cinco partidas seguidas de brisca.

Javier recordó en silencio las palabras que les había dirigido el ginecólogo, cuando Blanca estaba embarazada de Quique:

-Observen la ecografía. ¿Ven estos pliegues en la nuca? Son una señal de que el bebé nacerá con síndrome de Down. Tendrán que decidir si quieren tener el niño o no.

Javier tuvo que reprimir una carcajada al acordarse de la mirada y del tono de Blanca, cuando replicó:

-Doctor, muchas gracias por su interés, pero no estamos hablando de devolver algún objeto con tara. El de la ecografía es nuestro hijo y lo tendremos, con o sin enfermedad.

“Así se habla” pensó entonces Javier. Tras despedirse de ellos, el médico se quesó en su consulta, visiblemente avergonzado.

El carácter tierno y afectuoso de Quique había arrasado con todos los prejuicios. Su hijo les había enseñado a mirar la vida desde otra perspectiva, mucho más enriquecedora.

La voz alarmada de Quique, sacó a Javier de sus reflexiones:

- Papá, si van a caer estrellas... ¿Por qué no llevamos casco.