III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

¿Recordáis?

Lourdes Albarrán, 14 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

    ¿Te acuerdas de aquel tiempo, cuando las decisiones importantes se tomaban mediante un práctico “pito, pito, gorgorito/ dónde vas tú, tan bonito/ a la era verdadera/ pim, pom, ¡fuera!? Cuando las cosas se complicaban, se podían detener con un simple “no-ha-valido” o “¡cruci!”. Los errores se arreglaban diciendo “empezamos otra vez". El peor castigo consistía en que te hicieran escribir cien veces “no debo...”.

    Tener mucho dinero sólo significaba poder comprarte un helado o una bolsa de chucherías a la salida del cole. Hacer una montaña de arena nos mantenía felizmente ocupados durante toda una tarde.

    Para salvar a los amigos, bastaba un grito de “¡por mí y por todos mis compañeros!”. Descubrías tus más ocultas habilidades a causa de un: “¿a que no haces esto?”. Sólo se nos prohibía jugar con fuego y nada nos ilusionaba más que creerte superhéroe y ponerte el babi a modo de capa mientras saltabas los escalones del comedor.

    “¡Tonto el último!” era el grito que nos hacía correr como locos hasta que sentíamos que el corazón se nos salía del pecho. El “polis y cacos” era un juego para el recreo, y, por supuesto, era mucho más divertido ser ladrón que policía. Los globos de agua eran la más moderna, poderosa y eficiente arma.

    La mayor desilusión era haber sido elegido último para el equipo. Los hermanos mayores eran el peor de los tormentos, pero también nuestros más celosos, fieles y feroces protectores. Nunca faltaban los caramelos que tiraban los reyes en Navidad ni la moneda que nos dejaba el ratoncito Pérez bajo la almohada.

“¡Guerra!” era el grito que anunciaba tizas y bolas de papel por el cielo de la clase y tu bicicleta se transformaba en una poderosa moto con solo ponerle unos cartones en la horquilla para que hicieran ruido contra los radios.

    El mayor negocio se resumía en cambiar los diez cromos repetidos por el que hacia tanto tiempo que buscabas para finalizar la colección. Todos te admiraban si lograbas saltar la comba. Los trozos de escayola de las cubas eran un gran tesoro y podías dibujar con ellas “el tejo” en el suelo.

    Nada era más divertido que saberte la coreografía de moda y bailarla con tus amigas después de comentar el último capítulo de tu serie favorita.

    Todas estas simples cosas nos hacían felices. No necesitábamos nada más: un balón, una comba y dos amigos con los que compartir el pequeño mundo de nuestra infancia.

    Si al recordar la mayoría de estas cosas y he conseguido que sonrías, significa que has tenido una infancia feliz y que aún te queda dentro el niño que fuiste no hace tanto tiempo.