V Edición
Curso 2008 - 2009
Reflejos
Miguel Fabra, 17 años
Colegio El Vedat (Valencia)
Apareció al final de la calle, brincando con una sonrisa. El pañuelo coloreado que rodeaba su cuello subía y bajaba mecido por el suave trote. Siempre iba de aquí para allá jugueteando, quizás por eso estaba tan delgada. Él, a veces, le decía que era como María Sarmiento. Ella le miraba divertida y le hacía una mueca. A él le encantaba ponerla nerviosa: veía en su cara una chispa de ira que enseguida quedaba sepultado bajo el peso del cariño.
-Hola -sus ojos verdes reflejaban el sol: haces de luz que evocaban el dulce aroma del mar-. ¿Qué tal estás?
-Bien, ¿y tu? -le dio un beso en sus delicadas mejillas con rasgos de la adolescencia.
Siempre era igual, el mismo saludo y a caminar. Pero nunca se cansaban. Para él, verla llegar con su sonrisa y su alegre compás que delataba impaciencia. Para ella, verlo en pié, esperando, con un atisbo de felicidad y la serenidad en los ojos.
Comenzaron a caminar sin rumbo. ¿Qué importaba su destino? La ciudad, silenciosa y apacible, les guiaba por senderos con sabor a naranja.
-Ya no es lo mismo que al principio -de repente las sonrisas, las miradas cómplices, los chascarrillos, desaparecieron-. Ya no siento lo mismo -. su cara reflejaba tristeza.
-Menos mal. Pensé que nunca lo dirías -sus labios no escondían los dientes-. Por fin eres sincera contigo misma.
Hacía tiempo que nada era igual. Todo había cambiado. Los defectos del otro pesaban. Miles de incógnitas ofuscaban sus pensamientos y embotaban su cabeza con la duda.
-¿Me quieres?
-Te quiero.
Aquella confirmación era más que suficiente.