II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Relato del caballo infeliz

Isabel Sáenz, 15 años

                  Escuela Pineda, Barcelona  

    Esta es la historia de un caballo llamado Pacosi. Vivía en una cuadra muy espaciosa, con un comedero amplísimo y un bebedero sofisticado, que no todos los caballos tenían. Además, la parte de atrás estaba abierta a un bosque donde podía correr cuando quisiera. Aún así, disfrutando de todos los lujos que un caballo podría imaginar, Pacosi no era feliz. Lo peor es que no sabia el por qué de su tristeza.

    Un día se despertó como siempre, a las siete de la mañana, bebió un poco de agua y, para estirar un poco las patas, dio vueltas al bosque hasta que se encontró con Romero, el gato.

     -¿Cómo estamos, mi querido refunfuñón?. Dime, ¿con qué pie te has levantado hoy?

     -Eso a ti no te importa –le respondió el caballo de mala manera-. Vete a cazar ratones y déjame solo.

     Habitualmente, Pacosi se mostraba antipático, pues le gustaba la soledad y le daba mucha rabia que le molestasen.

     Siguió con su ejercicio hasta que su cuidador, que ya tenía setenta años, le puso en su comedero, como hacia diariamente, su desayuno favorito y, al lado, hierba recién cortada. Pacosi dio un brinco y entró a galope en la cuadra para saciarse. Mientras saboreaba la deliciosa comida, su cuidador le comenzó a hablar al tiempo que le acariciaba el cuello. El caballo inmediatamente retiró el cuello de sus manos y aquel hombre, sin duda molesto por la grosería del animal, se marchó sin decir nada.

     Así eran los días de Pacosi, siempre contestando de malos modos a todo aquel que se le acercara para conversar. Hasta que una mañana ocurrió algo fuera de lo normal: poco después de haberse despertado, Pacosi escuchó el ruido de un motor y voces de seres humanos. Al cabo de quince minutos, entró en su cuadra otro caballo de aspecto parecido, pelaje marrón y crin y cola negras. Entonces entendió para qué las semanas anteriores habían estado remozando su cuadra.

    Las personas le llamaban Zaros, y se quedaron un buen rato mirando pasmados como Zaros olisqueaba e inspeccionaba toda la zona. Cuando al fin se fueron, Pacosi le preguntó:

     -Zaros... Por qué es así como te llaman, ¿no?

     -Sí -le respondió con entusiasmo.

     -Deja que te advierta, Zaros, que esta cuadra es de mi propiedad. Yo mando aquí. Ni se te ocurra hacer nada sin mi permiso, porque me puedo enfadar mucho.

     -¿Más de lo que estas ahora? -le espetó con ironía.

     -Mucho más, caballito. Y no vayas de listo, porque no me hace ninguna gracia.

Pacosi se dio media vuelta y empezó a comer.

     Zaros hizo todo lo posible por hacerse amigo de Pacosi, pero éste siempre le contestaba mal. Al cabo de unos meses, el viejo caballo ya conocía a Zaros, su alegría y optimismo, la facilidad con la que congeniaba con todo el mundo. Le gustaba charlar con los ciervos; con Romero, el gato; con los conejos…. Con todos, menos con él.

     Un día Pacosi se atrevió a preguntarle por cómo conseguía la felicidad, es decir, cómo podía estar siempre tan alegre, con lo aburrida que era la vida de un caballo. Zaros le respondió:

     -¿Cómo puedes decir que nuestra vida es aburrida? ¿No aprecias la maravilla de lugar en el que vives y la suerte de tener tan buen cuidador?

     -Bueno, reconozco que no me debería quejar, pero aunque tuviera aun más lujos, seguiría siendo un caballo infeliz, y no sé por que -le respondió, procurando mostrarse sincero.

     -Tu problema es que no sabes querer –dijo Zaros después de unos instantes de reflexión.

     -Que no se querer... Explícate –le rogó Pacosi lleno de intriga.

     -Pues claro –sonrió con los belfos-. Dime con quién hablas a lo largo del día. Dime a quién le cuentas tus penas.

     Pacosi se quedó en silencio.

     -¿Te das cuenta...? Nunca intentas hablar con los animales del bosque, ayudarles en sus quehaceres. Deberías descubrir lo bien que te sientes cuando ayudas a alguien, cuando empiezas a quererle.

     A partir de entonces, Pacosi hizo lo posible por poner en práctica los consejos de su amigo Zaros. Al principio le costó, no vamos a negarlo, pero poco a poco fue aprendiendo a no pensar sólo en él, a querer a los demás.

     -Gracias Zaros. Me has enseñado que lo que realmente te hace feliz que es querera los demás.

-De nada, muchacho. Me ha gustado poder ayudarte -le dijo Zaros.

     Y se dieron un golpe de cascos.

    Esta es la historia de un caballo que era infeliz porque nadie le había enseñado a querer, pero en cuanto hizo su primer amigo se sintió el caballo mas dichoso de todas las cuadras.

    FIN