XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Reportero de guerra 

Inés Rosique Gutiérrez, 15 años

            Colegio Altozano (Alicante)  

Parece mentira las cosas tan pequeñas que forman una gran historia: en mi caso, bastó el ejercicio de apretar un botón para que el televisor se encendiera y diera paso al telediario del domingo. No podía imaginarme que una de aquellas noticias despertaría motivaciones nuevas en mi forma de mirar la realidad. Las imágenes de la guerra de Siria eran devastadoras. Por primera vez en mi vida me enfrentaba sin velos a una situación tan inhumana. Aquel paisaje de ciudades destrozadas, de fogonazos, de hombres y mujeres que parecían estar perdidos de la realidad, de niños refugiados, de convoyes de combate, de jóvenes armados con los ojos cargados de odio o de desesperación… me resultó irreal, otro mundo que nada tenía que ver con las películas, porque la ficción no es capaz de representar una guerra en directo. Y en ese instante comenzó todo.

Tenía claro que quería ayudar a toda esa gente que sufría, a los que por las noches dormían sin saber en qué condiciones se iban a despertar o, incluso, si se despertarían. También a los que se acostaban con el dolor de una pérdida. Sabía que algo teníamos que hacer los que estamos en condiciones de ayudar.

Días después me hicieron la consabida pregunta en una comida familiar: «Inés, ¿qué te gustaría ser de mayor?». «Ir a la guerra, contar la verdad desde dentro, conocer testimonios de la gente que la sufre, que el mundo sepa cómo es una guerra, como se vive en medio de las balas y los obuses. Ayudar a que en nuestro mundo seamos conscientes de que no todos tenemos una vida fácil». Me miraron con asombro. «Quiero ser reportero de guerra», afirmé antes de continuar: «Tengo que contar la realidad y así ayudar a las víctimas, a las familias que viven en tan devastadoras condiciones, a las personas que no saben si mañana seguirán vivos. ¿No os dais cuenta de que, aunque ellos huyan del frente, aunque acaben salvándose, esa experiencia la van a tener siempre clavada en los recuerdos? Vivirán con un trauma, con miedo a que ese pasado se repita y los destroce de nuevo». Entonces llegó el conflicto, pues desde el punto de vista de los mayores no puedo irme a la guerra, pues esa no es la vida para la que me estoy preparando. No puedo vivir en sitios inseguros porque preocuparía a mi familia, que no deben vivir pendientes de un email o un telegrama, o peor aún, que un mensaje les diga que mis servicios periodísticos han concluido con mi fallecimiento.

«¿Y si tienen razón?», pensé.

Pero todos tenemos una vocación, y esta es la mía: mostrar al mundo su cara más terrible, porque el mundo no solo es lo que conocemos y ocurre en Occidente. Tenemos muchas facilidades para saber, para concienciarnos, y creo que yo podría comunicarlo.

Los tambores de la guerra tienen que dejar de sonar. Y si suenan, que todos los escuchemos.