VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Resplandores

Belén Escobar, 15 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

La tormenta comenzó a descargar cuando todos dormían. Las olas iban y venían, chocaban contra el cayuco sin compasión, intentando derribarlo. En su interior, Ara estaba desconcertada. El miedo la había paralizado; durante un momento se encontró sola, en medio del mar, sin su familia, sin nadie que la ayudara, y con su hijo en su interior con deseos de nacer.

La tormenta atizaba cada vez con más fuerza. Alguien le puso la mano en el hombro. Era Ibrahím, su marido. Ella se recostó sobre su hombro, buscando consuelo.

-Todo saldrá bien- dijo Ibrahím.

La tormenta seguía golpeando la embarcación sin compasión, cada vez con más fuerza. Ibrahím acariciaba a su mujer, procurando que se calmara y consiguiera descansar. Mientras tanto, él la miraba y pedía a Alá por la vida de su esposa y del niño. De pronto reventó un rayo. Acto seguido, una gran ola penetró en la embarcación, inundándola. Ara, agarrada a su marido, tarareaba con voz temblorosa una melodía que su madre le cantaba cuando era pequeña. Instintivamente su mente viajó a su hogar, junto a su marido y toda su familia.

Otro golpe del mar le sacó de su fantasía, inundando unos metros más el bote. Buscó con la mirada a Ibrahím, que la abrazó y la meció, cantándole la misma nana que estaba cantando ella.

El mar cada vez arremetía con más fuerza y, de pronto, ante los ojos de Ara y de Ibrahím, una montaña de agua salada terminó por hundir la embarcación. A Ara se le nubló la vista y todo se le desvaneció. Lo último que pudo sentir fue a su marido agarrándola y diciéndole: “No temas, piensa en nuestro hogar y en el rostro de nuestro hijo”...

En la playa, cuando nace el sol, las olas bañan la orilla con el susurro de una nana. A veces deja una sombra que tiene la forma de una pareja abrazada que se confunde con la arena.