I Edición

Curso 2004 - 2005

Alejandro Quintana

Retrato

Mónica Suárez, 15 años

                 Colegio Orvalle. Las Matas, (Madrid)  

     Mírala, obsérvala fijamente y busca más allá de la imagen. Advierto que no tienes ojos de pintor, porque eres incapaz de apreciar la belleza que oculta el lienzo cubierto con albayalde, bermellón, ultramarino, masicote, rubia y marfil carbonizado.

     Es una obra armoniosa, sí, de sencillo trazo pero de larga elaboración; desconoces la dulzura con la que las brochas untadas en óleos la han creado. Si te dijera que esa joven que tienes ante ti es de la nobleza, no me creerías. Ese hosco vestido probablemente te confunda, observador, pero créeme que incluso en la pintura las apariencias engañan. Se dice que los grandes personajes de antaño eran retratados de manera que quedasen como personas llamativamente agraciadas. Y si he de serte sincero, en algunas ocasiones los retratistas realizaban verdaderos milagros.

     Pero ella no es de esos nobles. ¿Qué me dices de su tocado? ¿Te resulta tan vulgar como el traje? Mira esos mechones rizados color cobre. Obsérvalos y contrástalos con el óvalo de su cara. Reconocerás que es hermosa; bien podría haber sido una diosa griega.

     Contempla, querido observador, su manos. Quiero que estudies la delicadeza de sus dedos. ¿Adviertes en el anular un anillo dorado? Confirmo tu sospecha: Está prometida. Y te confío otra cosa: él no la ama.

     Matrimonio por conveniencia, como otros tantos de la época. La buena nueva ya ha sido declamada de un extremo a otro del reino, y la princesita lo sabe.

     Cómo lloró la noche que le pidieron la mano; ni siquiera ella supo la cantidad de lágrimas que derramó sobre la almohada. Lágrimas que al final se tornaron dulces, antes de darle tregua, para que así pudiera hallar consuelo en sueños.

     No le fue permitida ningún tipo de refutación. El silencio, le decían, era su más sabio compañero. De ahí esa mirada, observador. El día en que fue retratada se presentaba soleado y amistoso. Un ventanal abierto dejaba entrar suaves ráfagas de viento estival. Era temprano, aún el sol incluso deseaba bostezar. Pensé que yo no hubiera debido encontrarme en ese lugar, junto a todos los allí presentes. Aquel espacio giraba en torno a ella. Todos debiéramos haber desaparecido entonces.

     Y vuelvo a sus ojos otra vez. Te he dicho que los contemples y busques algo más, como al principio. ¿Qué piensas?¿De verdad crees que te mira a ti? Obsérvala mejor y descubrirás que no es una mirada fija y atenta que se centra en algo, sino una mirada risueña. Desde niña soñaba despierta. Era la alegría de la corte, la felicidad que colmaba los corazones hecha persona. ¡Cómo reía tan dulcemente!, puro deleite para sus padres. Y cómo se lamentaba después, la princesa que quiso ser doncella, que renegó una y otra vez de su puesto como heredera, y en consecuencia fue castigada días y noches, encerrada a cal y canto en sus aposentos. Inocencia y risa de niña perdidas, para siempre, entre los quilates de un vil anillo. Espero y deseo que entiendas ahora esa mirada agridulce, que esconde un universo tras su delicada apariencia.

     Bien, observador, te preguntas ahora el porqué de su gesto en los labios. Sus comisuras esbozan una sonrisa, que se ve incapaz de salir. Parece una muchacha pícara. Y es que es cierto que se presente ante ti como mujer pero, en realidad, es sólo una niña.

     Te confiaré una última cosa, querido observador, y es que la futura heredera deseó incluso hacerse Hermana de la Caridad. Siempre se dirigió con afecto a los más pobres, y oraba todas las noches y todas las mañanas. Devota como ninguna, su última súplica al Señor fue que le permitiera seguir soñando. Y gracias a esa ilusión se mantuvo firme junto a aquel hombre que jamás dejó de parecerle un extraño.

     La señora reina decretó que su hija debiera ser retratada antes de casarse. Concertó a cientos de pintores para que grabasen en un lienzo de forma objetiva a la princesa. Hubo competencia, pero al final quedó un solo artista. Un hombre que la inmortalizó en tela tal y como ella fue. Y precisamente aquel joven triste acogió gustosamente este retrato.

     Pero, ¿qué haces? ¿Aún pretendes arrancarle una sonrisa? Es preferible que sigas estudiando los demás retratos, porque ella, que aunque adora ser observada, no te mostrará ni el más mínimo resquicio de la blancura de sus dientes. Inmortalizada fue e inmortalizada queda para la eternidad. No podrás alegrar su pasado ni tampoco destruir sus inquietudes; nadie lo sabe mejor que yo, querido amigo, porque soy el pintor.