III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Retratos del pasado

Carmina Alvarez Llanes, 16 años

                  Colegio Aura (Tarragona)  

    Siempre soñé con conocer a mi abuelo, saber cómo era. No tuve esa suerte. A pesar de todo, solía sentarme en el salón de mi abuela para observar las luces de Navidad de la calle San Bernardo. Solía sentarme detrás de una de las dos butacas tapizadas de color crema. Me escondía con cautela para que nadie se diera cuenta de que estaba allí. Me acomodaba en el suelo, con la espalda apoyada en la parte trasera de la butaca, me cubría la cabeza con el visillo y miraba a través de la ventana. Sentía el frío del exterior y me invadida la nostalgia que se respiraba en aquella casa.

    Durante la Nochebuena o el Año Nuevo, me gustaba el frío de Gijón, pues me hacía sentir viva. Paseaba por la calle Corrida entre la gente, fuertemente asida a la mano de mi padre, hasta la playa. Ningún mar me cautiva como el de San Lorenzo.

    A pesar de ser una niña, la nostalgia se apoderaba de mí en Navidad, acosada por los anuncios que invaden nuestras vidas con recuerdos de aquellos que no están.

    A la diestra de mi escondite había una repisa con una foto de mi abuelo, al que solo conozco de recuerdos que no son míos. Aquel retrato era mi favorito. Aparecía él en un banco, con sus gafas de sol y una amplia sonrisa. No sé quién fue el autor de de esa fotografía, tal vez mi abuela y fue para ella esa sonrisa soñadora.

    Mi abuelo murió cerca de Navidad, cuando mis tíos y mi madre eran niños. De alguna forma, pervive en casa de mi abuela. Todavía hay cosas suyas, objetos sin valor que muestran su personalidad. Y aunque no le conocí, le sentía cerca, hablándome entre susurros a través de las luces de la calle San Bernardo. No quería ser olvidado, ni siquiera por mí, que nunca le conocí.