VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Ronda de noche

José María Jiménez Vacas, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Ya poca gente recuerda la llamativa historia de aquel viejo policía que patrullaba siempre frente a la Iglesia de San José. Hablo de aquel hombre bigotudo y encapuchado que se dejaba ver en la confluencia de Alcalá con Conde de Peñalver. Le era grato pasear por esa glorieta, bajo el edificio de la Unión y el Fénix; y, además, era su deber hacerlo. No había duda de que le gustaba su trabajo.

Lo cierto es que jamás se había encontrado con ninguna amenaza, en los más de treinta años que llevaba en el oficio. Él, tan sólo, arrastraba su arrugada capa por el suelo de aquellas calles y, con la mano derecha, balanceaba torpemente su vieja porra. De vez en cuando sacaba un reloj del bolsillo de su chaqueta y lo observaba con detenimiento mientras mesaba su poblado mostacho. La gente del barrio se había acostumbrado a su presencia y no suponía un engorro que el guardia rondara por aquellos lugares; más bien, todo lo contrario.

En ocasiones seguía patrullando también por la noche, sin respetar su turno de trabajo de día. Aquello le gustaba. Pero fue esta querencia la que le acabó costando la vida.

Una noche se encontraba patrullando su zona. Según dijeron los periódicos, a unos cuantos jovenzuelos de baja casta no les parecía bien que aquel hombre se encontrara por allí. Al menos, eso fue lo que se dedujo de las investigaciones. Lo único que se puede decir con certeza es que nadie quedó indiferente. Yo no vi lo que le hicieron ni cómo se lo hicieron, pero puedo asegurar que el resultado fue estremecedor. A decir verdad, el diablo debió de divertirse aquella noche. En una de las farolas de la concurrida calle su cuerpo inerte pendía de una soga atada a su cuello, y se balanceaba con las embestidas del viento, separando sus pies del suelo. Nunca podré olvidar el ruido que hacía al mecerse.

Sé que su rostro me acompañará hasta el final de mis días; jamás le vi con peor cara.