VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

S.O.S

Macarena Izquierdo, 16 años

                   Colegio Peñamayor (Asturias)  

Abrió los ojos, asustada. Su cuerpo mojado se pegaba a las sábanas amarillentas que le habían prestado. Los muelles del colchón se clavaban en la espalda y la humedad del ambiente le impedía respirar con normalidad. Deseó con todas sus fuerzas que lo acontecido en el día anterior fuera parte de su pesadilla, pero al comprobar la estancia en la que se encontraba, sus peores sospechas se hicieron realidad.

Decidió que era hora de levantarse y enfrentarse al mundo devastado. Era trece de enero, el día después de la “Gran Catástrofe”, el primer día de su nueva vida. Al salir a la calle sintió el fuerte olor que inundaba la ciudad. La gente corría de un lado a otro, gritando y pidiendo auxilio. La desesperación era palpable. Lo que ayer había sido la capital de Haití, Puerto Príncipe, hoy no era mas que escombros y desolación.

A lo lejos divisó a dos niños pequeños que abrazaban a su madre con ternura. La mujer lloraba desconsolada, pero se veía arropada por el cariño de los suyos. En ese momento sintió un gran vacío en su interior: aún no sabía nada de su hermano pequeño. Las lágrimas inundaron sus ojos, pues se temía lo peor. Ambos habían crecido juntos en el orfanato de un céntrico barrio de Puerto Príncipe. Hacía tres meses que había tenido que abandonar su residencia, porque ya había alcanzado la mayoría de edad.

Caminó hasta el orfanato. El llanto y los gritos de dolor configuraban la banda sonora en cualquier lugar de la ciudad. Al llegar allí, apenas quedaba la estructura del edificio que había sido su hogar durante los inciertos años de la infancia. Cuando se vio obligada a separarse de su hermano, le prometió que pronto volvería a buscarle y que, a partir de entonces, nunca más se volverían a separar.

Desesperada, preguntó a varios hombres que se encontraban por la zona; necesitaba noticias del pequeño. Nadie podía ayudarle. Tras varias negativas, un hombre la condujo hasta un improvisado hospital de campaña situado en el interior de una iglesia. En ese lugar, cooperantes de diversos países atendían a los numerosos heridos, principalmente niños. Su mirada recorrió la sala hasta posarse sobre una camilla situada al final de la habitación. Su hermano estaba en ella. Suspiró aliviada y se acercó hasta él. Le besó en la frente y se sentó junto a la cama. Había llegado la hora de cumplir su promesa.