X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Sawabona

Pilar Zhang Qiu, 16 años

                 Colegio Monaita (Granada)  

Los rayos de sol, que se filtraban entre las grietas de la chabola, acariciaban la piel tostada de la niña. Un temor subía por sus escuálidas piernas mientras, que no paraban de temblar. No pasó mucho tiempo hasta que rompió a llorar.

-¿Wenzani? -preguntó su tía al entrar en el chamizo.

Corrió a secar la cara de su hermano. Entonces miró a la niña y le hizo un gesto de recriminación. “¿Por qué has tirado el jarro de agua sobre tu hermano?”, leyó en los ojos de su tía. El llanto de ambos niños reunió a varios adultos. Entre ellos estaba su padre.

Zola veía como su padre se acercaba a ella. Su expresión facial delataba lo asustada que estaba. Entonces su padre alzó la mano y la pequeña cerró los ojos con pánico. Esperaba que, al fundirse el mundo en negro, no doliese tanto el castigo, pero, de repente, notó cómo la tomaban del brazo y sus diminutos pies dejaban de tocar el suelo. Aunque sus párpados permanecían cerrados, supo que ya no hallaba dentro de la choza.

Cuando volvió a estar sobre tierra, entreabrió los ojos para encontrarse arrinconada por todos los habitantes del pueblo. Todas las miradas estaban clavadas en ella, que se sentía minúscula. ¿La empaparían de agua como ella había hecho con su hermano? ¿O sería aún peor el castigo?

Los mayores empezaron a susurrar palabras que no podía escuchar.

El jefe de la aldea dio un paso al frente, y la niña rogó clemencia a los dioses.

-Recuerdo aún la vez en la que tú y los demás niños os acercasteis a mí. Uno de ellos opinó que tenía cara de hombre severo. Eso, en cierto modo, me molestó, pero tú estuviste allí para defenderme.

Ahora era su padre quien se adelantaba al centro del círculo.

-Siempre has sido una buena hija. No te cambiaríamos ni por todo el oro del mundo. Para nosotros eres un gran tesoro.

Si antes estaba aterrorizada, ahora se sentía confundida.

A estas inusuales afirmaciones se sucedieron palabras amables de todos y cada uno de los integrantes del corro. Al pronunciar su amigo Andile la última palabra, los habitantes del pueblo unieron las manos y redujeron más y más el círculo, hasta acabar abrazándola.

Zola sonrió, no por las cosquillas que le hacía el vestido de tía Mbali en la barriga sino porque se sentía querida.

-¿Por qué hacéis esto, papá? Me he portado mal.

-Sawabona –le respondió-. Yo te respeto, yo te valoro y tú eres importante para mí.

-Shikoba -pronunció ella, esbozando una sonrisa-. Entonces, yo existo para ti.