XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Se desvela el
gran misterio 

Maravillas Sánchez-Tarazaga, 17 años

Colegio Vilavella (Valencia)

Pepe abrió el periódico. El olor a café, el sol que le daba en la cara e irradiaba a las plantas del balcón, así como el cigarro que se consumía en su boca, formaba parte de la maravillosa rutina de sus domingos. Una columna llamó su atención: “Acabo de desvelar el misterio de los misterios”. La firmaba una tal Lucía Pérez y Pérez. Pepe se ajustó las gafas y comenzó a leer:

<<Cuando usted lea este artículo, seguramente ya no estaré para llevarme el mérito. Pero mejor será que empiece por el principio… Es más que probable que se haya topado con muchos rumores en internet, como la existencia de las sirenas, los naufragios en el triángulo de las Bermudas, la existencia de platillos voladores o múltiples historias acerca del Área 51. Estos relatos tienen algo en común: nunca han llegado a confirmarse. Pero puedo dar fe de que he averiguado el secreto de la humanidad mejor guardado. Soy la única que ha sido capaz de resolverlo.

>>Llevo tiempo investigando acerca de los movimientos sospechosos que se han producido en ciertas casas a lo largo de los últimos años. Busqué el punto común entre todos ellos y descubrí que se trataba de mujeres y que todas eran madres primerizas, lo que me llevó a sospechar que quizá hubiese algo que las uniese, aparte de la maternidad. No fue fácil, pues había madres bajitas, altas, ricas, pobres, morenas, rubias... También había españolas, italianas, inglesas, alemanas… por lo que descarté procedencia, renta y atributos físicos como lazos de unión. 

>>Me centré en un par de mujeres. No fue hasta que dieron a luz que empezaron a encontrar ese tipo de objetos que cualquier otra persona da por perdidos. Decidí ir hacia atrás, pues me preguntaba qué hacen las parturientas durante los cursillos premamá. ¿No es sospechoso que se reúnan en grupos de más de diez personas y que, como el que aprende a ir en bici, saben encontrar las cosas? 

>>No tiré la toalla y seguí indagando, intentando averiguar qué les contaban en esas charlas previas al parto. Evidentemente no me creí que estuviesen dos horas hablando acerca de sus bebés, pero la única forma que tenía de averiguarlo era hacerme pasar por una de ellas, así que me puse una blusa holgada, me coloqué rellenos sobre la tripa y le cogí prestados unos pendientes a mi abuela. 

>>El grupo me dio la bienvenida. Nunca imaginé que podría llegar tan lejos en mi conspiración. Y lo que descubrí fue inaudito: ¿quién puede creer que las hormonas puedan modificar, durante la gestación, de una forma tan sorprendente el cuerpo de las mujeres. No me refiero solo a los cambios que se producen durante el embarazo, si no a las secuelas permanentes: a partir de que nace el niño, aparece una variación en la capacidad ocular de las madres, que les permite ver incluso a través de las puertas cerradas de un armario (de ahí el empeño de todas ellas en que sus hijos ordenen la ropa). Lo mismo respecto a las habitaciones de la casa ocupadas: si se espera una visita, deben estar impolutas aunque esta no pase del salón.

>>Quisiera dejar un mensaje a las madres: Haced un esfuerzo por entender el caos en el que son capaces de vivir vuestro marido y vuestros hijos adolescentes, ya que sois las únicas dotadas del superpoder de la intuición y la vigilancia>>. 

Pepe cerró el periódico, dio un último sorbo al café todavía humeante y sonrió, orgulloso. Él era quien estaba detrás de aquella columna, aunque con seudónimo. Había conseguido escribirla después de cinco años de investigación. Sabía que esa mañana estaba siendo motivo de conversación entre todos aquellos que los domingos se entregaban, como él, al placer del desayuno con el periódico.