XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Selectividad 

Paloma Peñarrubia, 17 años 

Colegio Senara (Madrid) 

Se despertó de golpe. Había soñado lo mismo otra vez: que llegaba tarde al examen de selectividad de Matemáticas.

–Pero… ¡Si son las ocho! ¡Llego tarde al examen de selectividad de Matemáticas! –gritó desde la cama.

Tuvo que ducharse en cinco minutos y dejar las toallas tiradas en el suelo de su cuarto, aceptando que su madre fuera a regañarle en cuanto volviera. 

<<Menos mal que ayer dejé mi ropa preparada>>, pensó para tranquilizarse. 

No contaba con que se había confundido, pues se puso una blusa de su hermana, tres tallas más pequeñas. Empezó a buscar una parecida en su armario, pero sin éxito, porque su madre acababa de cambiar la ropa de invierno por la de verano. Al final se decidió por una camisa de su hermano mayor. Iba a ir hecha un cuadro, pero llegaría.

Fue a lavarse los dientes, pero su hermana estaba en la ducha. 

<<Lógico>>, pensó Sara. <<Habíamos quedado en que yo me levantaría media hora antes. Ese maldito despertador…>>.

Decidió ir a recoger su mochila. También su cartera. Entonces se acordó de que hacía unos días su madre le había pedido el DNI para gestionar la renovación del carnet de familia numerosa, y no se lo había devuelto. Corrió a la alcoba de sus padres y la despertó.

–Pásame el bolso –le dijo con la voz atrapada por el sueño.

Sara sintió un vahído de terror al ver cómo su madre revolvía una y otra vez el contenido del bolso. Con cara de infinita contrición, ella le dijo en un gemido:

–Me he dejado en el trabajo los documentos para lo de la familia numerosa...

La oficina estaba a una hora en coche y en dirección contraria a la universidad en la que la muchacha se iba a examinar. Por eso decidió acercarse a una comisaría que tenía a dos manzanas. 

Bajó en el ascensor, mochila en ristre. Al pisar la acera, Sara se dio cuenta de que seguía en zapatillas. 

Diez minutos después entraba en la comisaría. Había una cola de diez personas por delante de ella. Fingió hablar por teléfono a grito pelado para que todos escucharan su triste historia (cambió el olvido del DNI por parte de su madre, por la mentirijilla de que se lo habían robado). Nadie hizo ademán de cederle la vez.

Un policía anunció:

–Esta ventanilla está especialmente habilitada para las denuncias por robos de documentos de identidad –. Al ver que Sara se le acercaba, le explicó:–. Tienes que mostrarme el pasaporte y te doy un justificante válido.

Sara hizo uso de sus mejores habilidades dramáticas. Se inventó que no solo le habían robado el DNI sino también el pasaporte. Gracias a la huella dactilar, el policía le expidió un papel oficial.

Se encaminó a la parada de autobús. Le llamó la atención que no pasaran automóviles por la zona. Se metió en internet y se quedó petrificada: el autobús no iba a llegar porque la calle estaba en obras a cuenta de la construcción de un carril–bici. Se acordó entonces de lo que su madre le dijo un año antes: 

<<No tiene sentido que te saques primero el teórico y, a finales de año, el práctico. Ya te examinarás de ambos el verano que viene, después de la selectividad>>. 

En ese momento Sara temió que ni siquiera iba a poder empezar la maldita prueba y, por ende, que no iba a tener el carné de conducir.

Echó a correr hacia una zona transitable, donde pudo coger un taxi. Una vez acomodada, se dispuso a repasar los contenidos, pero en su tableta parpadeó el símbolo pila acompañado de un cargador: estaba sin batería. Supuso que el gato, una vez más, le había dado un tantarantán al cable y había llegado a desenchufarlo, el muy canalla.

>>Bueno>>, se consoló. <<Lo que no me sepa ahora no voy a aprendérmelo durante este trayecto>>. 

El tráfico no era fluido, pero al fin llegaron a la facultad y quedaban unos minutos para el inicio del examen. Sara aprovechó a repasar junto a unos chicos, que se pusieron a comentar acerca de lo que podrían peguntarles.

>>Los problemas de Landau>>, dijo uno. <<No, eso no. La conjetura de Goldbach>>, afirmó otro. >>No tenéis ni idea. El triángulo de Pascal>>, completó un tercero. 

A Sara todo aquello le sonó a chino y se sintió perdida. No conseguiría una buena nota para que la admitieran en la Universidad que quería ni, mucho menos, en la carrera que deseaba; ni accedería a un programa de intercambio en el extranjero ni podría aprender idiomas; ni se graduaría ni estudiaría un máster; ni encontraría trabajo ni podría tener familia. Su vida se había hundido... Se había hundido... Se había... hundido... 

Despertó de golpe. Había soñado lo mismo otra vez: que llegaba tarde al examen de selectividad de Matemáticas.

–Pero… ¡Si son las ocho! ¡Llego tarde al examen de selectividad de Matemáticas! –gritó desde la cama.