V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Semana Santa en Sevilla

Adela Duclós, 15 años

                 Colegio Puertoblanco (Algeciras)  

Nací en Sevilla una fría mañana de noviembre, y como buena sevillana no hay nada que me guste más que la Semana Santa de mi ciudad.

A pesar de que vivo en Algeciras desde muy pequeña, en cuanto el calendario marca la primera luna llena de primavera, mi familia y yo hacemos las maletas y realizamos el largo viaje hacía nuestros orígenes.

Llegamos el Jueves Santo por la mañana y nos sumergimos por las calles, que huelen al aroma del azahar y a cera. En seguida nos hacemos con un programa de las procesiones, con el que marcamos el itinerario de nuestra aventura.

Es el momento del primer problema: ponernos de acuerdo es imposible, ya que cada miembro de la familia quiere ir a un barrio distinto. Unos, a Triana; otros, a la Macarena; los más, a Santa Cruz… En cuanto ajustamos el horario a las preferencias de todos, nos ponemos en marcha, dejándonos llevar por las callejuelas de la ciudad, con sus balcones decorados con flores y reposteros. Se respira en el aire el incienso tan característico de estas fechas.

Intentamos hacernos hueco entre la multitud para tener un poco de visibilidad. Sobre las cabezas del público se suceden los capirotes de los nazarenos, que fielmente abren el paso a “su Cristo” y a “su Virgen”. “¡Bum, bum, bum...!”, redoblan los tambores y gritan las trompetas que anuncian la llegada del Crucificado.

A medida que la procesión avanza, surgen los ciriales. Entonces llega el momento más esperado: el paso con el Nazareno, de belleza barroca. Lo bailan, lo cantan, lo rezan... Sus movimientos despiertan mis lágrimas de devoción y compasión. Cuando se aleja por la calle y parece que todo ha terminado, aparece la Virgen con su manto, tan bella con un semblante de dolor contenido. Una mujer con mantilla, desde un balcón, entona una saeta en la que se deja la garganta y el corazón. La ciudad enmudece ante tanta pasión. Cuando la canción termina, tiran pétalos de rosa y el capataz grita:

-¡Al cielo con ella!

Los costaleros, con gran esfuerzo, levantan el paso repujado en plata y adornado de flores.

La Virgen se marcha entre piropos y aplausos, para buscar refugio en su Iglesia hasta el próximo año. Y nosotros regresamos a Algeciras con la esperanza de volver el año que viene.