V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Señora, me está
pisando el pie

David Jiménez Sequero, 15 años

                 Colegio Mulhacén (Granada)  

-Señora, por favor, ¿puede levantar su zapato?

La mujer, oronda y de aspecto relamido, que atornillaba mi pie contra el suelo del autobús con su agudo tacón, hizo caso omiso de mis palabras y no alteró, en lo más absoluto, su postura de espaldas a mí. Mis dedos, sofocados por el dolor, suplicaban auxilio.

-Señora, disculpe, pero, ¡me está pisando el pie! -exclamé en un arrebato desesperado de dolor. Sin poder evitarlo, acabé la frase de forma soez.

La verdugo de mis falanges se giró levemente para reprocharme, ofendida:

-¡Mocoso insolente! Ay, si yo fuera tu madre, la de palos que te daba -dijo mientras yo, entre grotescas muecas de dolor, intentaba liberar mi pie de su presión.

-Señora, ¡quítese de ahí!-llegué a chillar, torturado por el dolor.

La gente contra la que nos apretujábamos ignoraba el motivo de mis voces con aire indiferente. Como mucho, algunos me lanzaban miradas de desaprobación.

Un impulso casi incontrolable me estimuló a apartar a la señora de mi lado, pero no logré vencer su peso. Con un movimiento ágil y a la vez brusco, empujé a la mujer de cualquier manera, impulsando su cuerpo lejos de mí. Ella, que no esperaba semejante reacción por mi parte, tras lograr alcanzar en su accidentado trayecto una de las barras adheridas al techo, recuperó el equilibrio para chillar enfurecida:

-¡Este malcriado me ha empujado!

Las miradas de desaprobación se tornaron en injuriosos murmullos. Algunas voces se alzaron entre las demás, reprobando mi acción, de tal modo que lograron atraer la atención del conductor del autobús. Éste, sin apenas pararse a preguntar qué había sucedido, detuvo el autobús, salió de la cabina, caminó hacia mí inclinando de manera algo exagerada el cuerpo, me agarró del brazo y me acompañó sin mediar palabra hasta la puerta de salida. Sin quererlo, acabé plantado en medio de la calle. El autobús reanudó la marcha.

Al fin pude extender mis pobres dedos dentro de la zapatilla.