VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Seppuku

Fernando Vílchez, 16 años

                  Colegio Altocastillo (Jaén)  

-¡Maestro, no lo haga! -gritó Minamoto ante la impasible mirada de su señor, el líder del clan Dojima, Takeda, que escribía un "yuigon" en el que se despedía de sus seres más queridos.

-Los Tojo han invadido el castillo, Minamoto. No pienso aceptar tal deshonor.

Minamoto escuchó los gritos procedentes de la batalla. El ejército enemigo no tardaría mucho en invadir el castillo.

-¿Y su familia, maestro? ¿Qué diría?

-¡Lo entendería! No hay otra opción -su expresión se serenó-. Necesito un Kaishaku, Minamoto. No quiero que, cuando lleguen, me encuentren con vida.

Inmediatamente, envolvió su “'tantō” en papel de arroz, para que sus manos no se mancharan de sangre. Se situó de rodillas y se abrió el kimono, dejando a la vista un torso repleto de cicatrices. Takeda miró a Minamoto.

-Maestro, no me lo pida…

Takeda sonrió. Los ruidos de la batalla se acercaban cada vez más. Posiblemente, los soldados ya hubieran entrado en la torre.

-Es una pena que no puedas cometerlo tu también, Minamoto.

-Si los dos lucháramos, maestro…

-No; eres un súbdito mío. Tu honor no es importante -le dijo con severidad.

Sin pronunciar palabra, Minamoto extrajo su katana.

-¿En cuánto se clave el “'tantō”?

-No. Sólo cuando veas que mi dolor es insoportable. Así se apreciará cuán alto es mi honor.

-Está bien.

Takeda le miró por última vez. De repente, sin un ápice de indecisión, se clavó la cuchilla en el lado izquierdo del abdomen, con el filo apuntando hacia la derecha. Soltó un débil gemido de dolor mientras procedía, cortando su torso. Minamoto no podía mirar. El kimono blanco se tornó rojo. Una vez llegó al extremo, volvió hacia el centro e intentó continuar hacia el esternón, pero sus fuerzas se habían desvanecido. Finalmente, Minamoto le cortó la cabeza.

“Maestro…”

Unos minutos más tarde, un grupo de soldados irrumpió en la habitación. Minamoto les estaba esperando con su katana y la de su maestro. Nunca había entendido el honor que poseía el seppuku. Lo veía como un acto de cobardía.

Sin pensarlo dos veces, Minamoto se lanzó hacia sus adversarios sabiendo que pronto estaría de nuevo con su maestro.