XVII Edición
Curso 2020 - 2021
Si es lo que creo,
me alegro mucho
Felipe Gabriel Beytía, 17 años
Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)
Amaneció un día como cualquier otro. Don Pancho se despidió de su familia y se fue a buscar trabajo. Se marchaba sin desayunar, pues en su casa apenas había comida para sus hijos. Sin embargo, el gobierno aseguraba haber hecho reformas económicas para que ninguna familia se quedara sin comer. Según el presidente, todos los problemas del país los causaban las naciones enemigas de la patria, que conspiraban para dañar la economía.
Tomó una calle en cuesta. En las fachadas lucían pasquines con propaganda oficial, que destacaban las mejoras del Partido Rojo Popular.
–La educación gratis no sirve si adoctrina; y menos si los ciudadanos no tenemos qué comer –masculló don Pancho en voz baja.
No podía permitirse que le oyeran decir aquello, pues la guardia secreta del presidente tenía mil oídos y no toleraba “falacias”. Todos conocían personas que se “suicidaron” después de hacer comentarios críticos acerca del presidente Castillo, su gobierno y su política.
Don Pancho se topó con algunos amigos que, al igual que él, salían en busca un trabajo con el que ganarse el jornal. Se unió a ellos y el grupo se fue aproximando al centro de la ciudad. Pero a don Pancho le extrañó que el ambiente estaba más tranquilo que de costumbre.
¬–¿Se enteraron de lo que ocurrió en la Escuela Naval? –dijo un tal Carlos por sacar un tema de conversación.
–Sí; los cadetes hicieron un motín –respondió otro, que se llamaba Juan.
Volvió el silencio y entonces los vieron: diez militares estaban apostados en la avenida, para evitar que la gente pasara hacia en centro de la ciudad.
–Disculpe, caballero –un soldado llamó la atención de Juan–. No está permitido ir más allá de este punto.
-¿Qué dice? ¿No se da cuenta de que necesito encontrar un trabajo? De esta parte de la ciudad solo hay hambre.
–Le he dicho que no se pasa… Y no se pasa.
–Soldado del carajo… –le insultó Juan, que tenía un carácter explosivo.
Un fuerte culatazo lo hizo caer al piso.
–Que no puede pasar, ¡mierda! –voceó el uniformado visiblemente molesto.
Don Pancho entendió que Juan no era la primera persona que recibía semejante trato, dadas unas manchas de sangre en el suelo.
El grupo de amigos tomó a Juan de las piernas y lo alejó de los militares. Le pusieron un pañuelo en la frente para tapar el corte que le había producido el arma.
–¡Viva el presidente Castillo! -gritó un hombre que intentó burlar a los militares.
–Al piso, imbécil –. Entre dos soldados lo agarraron, lo tiraron al asflato y lo molieron a patadas, para luego llevárselo arrestado.
Entonces don Pancho vio una paloma blanca por el cielo, más azul que de costumbre. Aquel ave le inspiró un pensamiento: se acercó a los militares, que le apuntaron con sus fusiles.
–Si es lo que creo, me alegro mucho.
¬–Es exactamente lo que usted cree, caballero –le contestó uno de los mandos, que ordenó bajaran las armas.
Don Pancho volvió con su grupo de amigos, que lo miraban extrañados.
–Dinos, Pancho –inquirió Carlos–. ¿Por qué estás sonriendo?
–Porque me voy a casa, señores.
Entonces echó a correr.
Cuando llegó a su hogar, su esposa y sus hijos quedaron sorprendidos al verlo de vuelta tan temprano.
-¿Qué pasó? –quiso saber su mujer–. ¿No pudiste encontrar trabajo?
-No –reconoció–. Pero, a cambio, ha ocurrido algo muy bueno.
-¿Qué cosa?
Don Pancho reunió a su familia alrededor de la radio. Girando las perillas, logró sintonizar con una emisora que transmitía en vivo desde el centro de la capital.
–…Nos encontramos en la plaza de la Revolución –locutaba un reportero–. Ustedes no lo pueden ver, pero nosotros le contamos que los militares están retirando el cuerpo del presidente del palacio Presidencial.
–No lo entiendo… –la esposa, asustada, se llevó los puños a la boca–. ¿Qué está ocurriendo, Pancho?
–Escucha.
–Las fuerzas militares –declaraba en ese momento el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas– hemos actuado a día de hoy con inspiración patriótica para deponer al presidente Castillo, culpable de la ruina de nuestra nación y de nuestras familias.
–Oye, papá, no entiendo lo que quiere decir –habló el hijo menor.
–Ahora, yo sí –intervino su madre–. Y me alegro.
–Cuando la tiranía gobierna por Ley –concluyó don Pancho–, días como hoy son una llamada al orden y la justicia.