X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Sí, soy feliz

Carla García Maresca, 14 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

Pasó a mi vera. Esos ojos azules -como aquellas aguas caribeñas de las pasadas vacaciones- y la melena castaña que le caía por los hombros… Su faz sugería paz a todo aquel que tuviera la suerte de contemplarla. Andaba con seguridad, pero si te fijabas podías percatarte de que estaba sumida en sus pensamientos. Ojalá hubiese podido saber cuáles eran. Quizá le preocupaba algo o tenía miedo del primer día de curso. ¿Quién sabe?...

Me quedé embobado contemplándola. Entre todas mis dudas, note un cierto cosquilleo por la espalda. Me di la vuelta: eran Quique y Ana, que son como mis hermanos. No de sangre, pero sí de corazón. Me conocen mejor que yo a mí mismo y sé que puedo confiar en ellos, que siempre están dispuestos a ayudarme. Nos complementamos a la perfección.

Estaban felices porque nos habían puesto a los tres en la misma aula. Nos pusimos a hablar sobre los nuevos profesores y los nuevos alumnos, pero yo seguía hipnotizado por aquellos ojos.

Nos fuimos después de clase a la heladería, que está enfrente de la tienda del señor Manuel, un anciano que nos conocía desde pequeños. Ana y yo nos pedimos una limonada. Quique, como siempre, el helado más grande, que contaba con cinco bolas, cada una de un sabor distinto. Era como una gran torre que se iba derritiendo poco a poco.

Mientras merendábamos estuvimos jugando a puntuar a la gente que pasaba, según su aspecto físico, y relacionarla con algún animal. Ana nos hacía reír a carcajadas con sus comparaciones, tanto que no pudimos seguir a causa de un irrefrenable ataque de risa. Al fin me quedé callado. Ambos me miraban; intuían que me ocurría algo. Quique es muy directo. Me dijo, sin rodeos:

–A ti te pasa algo. Ana y yo exigimos que nos lo cuentes.

–Es verdad; esta mañana he visto a una chica. Es de segundo, creo. Tiene los ojos azul claro y un cabello precioso. No puedo dejar de pensar en ella y no veo la hora de volver a verla. Quiero conocerla, saber qué le gusta, cuáles son sus aficiones, cómo es su familia… Lo quiero saber todo sobre ella y no sé por qué.

Los dos amigos se miraron con complicidad. Ana, muy alegre, me dijo:

–Eso se llama amor a primera vista, Javi. Te has enamorado y tengo que darte una gran noticia: ¡yo la conozco! Se llama Elisa y es de Madrid. Este año se ha mudado aquí porque han trasladado a su padre. Mañana, no lo dudes, a primera hora te la presento. Ponte guapo, ¿eh?...

Cuando terminamos fuimos a la tienda de Manuel y lo saludamos, como todos los días y como siempre nos invitó a unos caramelos, que aunque no eran gran cosa se agradecían. Después nos fuimos cada uno a casa.

A la mañana siguiente me desperté media hora antes, cogí la ropa más bonita que tengo y me arregle con detalle. Cuando me vio Ana, comentó:

–Así me gusta; estas guapísimo. Seguro que le gustas.

Me sonreí y le di un abrazo.

Poco después me la presentó. Era la chica más agradable, guapa, inteligente, sencilla, bondadosa, graciosa, simpática… Vamos, la chica de mis sueños.

A partir de aquella mañana comenzamos a charlar a diario, aunque fuese de tonterías. Nos veíamos todos los días y quedábamos después del colegio. Así me fui enamorando y –era lo que más feliz me hacía- ese amor era correspondido.

Después de dos meses juntos me atreví a darle un beso.

Así conocí al amor de mi vida. Han pasado cuarenta años y, como nos ves, seguimos tan felices como entonces. La sigo amando como aquella mañana y me sigue pareciendo tan perfecta como entonces.

Creo que soy el hombre más feliz y afortunado del mundo. Tengo todo lo que siempre he soñado: una esposa maravillosa de la que estoy enamorado, unos hijos a los que quiero como a mi vida. En poco tiempo seré abuelo. ¿Qué más se puede pedir?...

Quique y Ana siguen siendo esos hermanos que nunca tuve. Completan mi felicidad al saber que gozan una vida como la que siempre habían soñado.

Uno de los mayores tesoros consiste en encontrar a aquellas personas que te llenan y te hacen sentir una persona especial y completa. No puedo no quiero ocultarlo: soy extraordinariamente feliz.