II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Siempre nos quedarán
los DVDs

Irene Tor Carrogio, 14 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

    Querida Heidi:

    Hace ya tiempo que no te escribo, quizá es porque no te veo tan a menudo como años atrás. ¿Recuerdas aquellas maravillosas tardes que compartimos las dos junto a Clara? ¿Y los paseos interminables con Pedro por esas montañas de ensueño? ¡Qué cosas! ¡Qué recuerdos! Al principio fuisteis mis mejores amigos; tarde tras tarde me aguardabais para reír o llorar juntos, para pasear o jugar. Siempre fuisteis fieles a nuestra cita diaria.

    Cuando llegaba por las tardes, el televisor ya estaba encendido y la música que venía tarareando desde la salida del colegio se escuchaba desde el recibidor. ¡Con qué ilusión te esperaba! Me enseñaste qué es una verdadera amistad, que los amigos son el tesoro más grande del mundo y me sentía afortunada de poder contar con personas como tú.

    Las cosas desde entonces han cambiado mucho, ¿no es cierto? ¿Qué es de tu vida? ¿A qué te dedicas? Siempre tuve el presentimiento de que la amistad entre tú y Pedro no duraría mucho, quiero decir, que supuse que se transformaría en algo todavía más hermoso: en un primer amor. ¿Me equivoco? ¡Ay, Heidi, si te conocía más que a mi propia hermana! Debes de estar muy cambiada. Éramos unas chiquillas cuando nos conocimos y ahora..., ahora tenemos hijos de los que ocuparnos. ¡Qué cambio!

    ¿Qué habrá sido de Marco? Supongo que seguirá viviendo en Italia, con su madre y con Amedio. No me lo imagino casado. Creo que es médico, como su padre. ¡O quizá detective! Recuerda todo lo que hizo para dar con el paradero de su madre. Aquella tarde en que se abrazó por fin con ella después de viajar por medio mundo, no la olvidaré jamás. Creo que todos los niños de España lloramos a más no poder abrazados a nuestras madres, haciéndoles jurar que no se marcharían jamás, promesa nada agradable al ver lo que nos habían preparado para cenar, pero, ¡qué se le va a hacer!

    Supongo que ahora debería hablarte un poco de mí. ¿Qué te puedo contar? Pues que estoy felizmente casada y que tengo cuatro niños. Sin embargo, las cosas ya no son como antes: los amigos de mis hijos son maleducados, ya no hay gente como tú. Muchas veces, en nuestros tiempos, cuando mis amigos "de carne y hueso" me hacían enfadar, siempre me quedaba Heidi y sus montañas. Siento que mis retoños no puedan disfrutar de lo que yo gocé. Los amigos que les acompañan por las tardes son amarillos, de cara alargada y facciones muy marcadas. No muestran ningún tipo de pudor al hablar. Se gritan, se insultan, se mienten los unos a los otros. Creo que nosotras no necesitamos el mal gusto para crecer siendo realistas. Ahora, cuanto más faltan el respeto a los padres, más divertidos nos veden los dibujos animados. Lo triste es que sus espectadores ponen en práctica lo que han visto. Los monigotes de ocho años que aparecen en la

televisión, beben, conducen e intentan ligar con mujeres que les superan en una veintena de años. Ellos son, sin duda, el modelo de mis hijos. ¿Lo puedes creer? Hasta el trazado del dibujo resalta algunas formas de la mujer de manera no muy proporcional, que digamos. La amistad ahora ya no está de moda, querida Heidi, ahora nos llamarían "pringadas" porque no soltamos tacos y porque no nos reiríamos de nuestros mayores.

    Mis hijos se están criando con estos dibujos animados, que no les aportan nada de bueno, no transmiten valores, no les hace mejores personas... ¿Qué hago, Heidi? ¿Por qué las cosas han cambiado tanto desde que te fuiste de la pequeña pantalla? Si pudieses volver... Todavía les enseño alguno de tus capítulos, ahora que pueden comprarse en el quiosco. Aunque me da vergüenza reconocerlo, debo decirte que se aburren contigo, que les pareces demasiado ingenua e infantil. Pero yo siempre te llevaré en mi corazón. Siempre nos quedarán los DVDs.

Siempre tuya,

Carmen