XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Silencio a la francesa 

César Macián, 16 años 

Colegio IALE (Valencia) 

Fue en 1966, en Francia. En Le Mans para ser más exactos. Ken Miles, el legendario piloto británico, ganaba a sus contrincantes con superioridad en su Ford GT, dejando sordos a todos aquellos que habían osado presenciar en vivo aquel acontecimiento: Las Veinticuatro Horas de Le Mans, la prueba de resistencia más dura en el deporte de motor, en la que piloto y automóvil deben dar lo mejor de sí mismos para acabar la carrera, lo que ya es mucho pedir. Allí los motores son la ensordecedora música celestial que enloquece en emociones a los amantes de las carreras de coches, entre los que me incluyo. Los aficionados nos conmovemos ante el rugir de los coches por la kilométrica recta principal del circuito, mientras hacien adelantamientos a velocidades impensables, brindando dosis de adrenalina estratosférica que ponen los pelos como escarpias. Cada vuelta, cada curva, cada movimiento es diferente al otro, y eso es lo que hace que uno goce del espectáculo permanentemente y no quiera despegarse de su tribuna.

Cincuenta y cuatro años después, los avances tecnológicos aplicados a los bólidos de competición han mejorado la aerodinámica, la seguridad, la potencia, la velocidad y la precisión. Incluso los circuitos han cambiado con nuevos trazados y en la composición de un asfalto de mayor calidad. Es decir, se ha dado un salto de gigante con respecto a aquel evento en Le Mans. Por si fuera poco, las escuderías hacen un gran esfuerzo por limitar los daños al medioambiente que conlleva este deporte. Lo que me parece sensacional, aunque todo en la vida tiene un límite. Me explico…

Ha debutado en la competición un coche en la categoría de Prototipos, que funciona únicamente con el hidrógeno que lleva almacenado en unos depósitos, que se transforma mediante la oxidación, lo que hace mover unos motores eléctricos, de modo que es la energía limpia la que hace que la máquina funcione. Parece mentira cómo la tecnología puede avanzar tanto en tan poco tiempo, pero, ¿qué necesidad había de sumar a las carreras un coche que aparenta ser un patinete eléctrico cuando uno cierra los ojos y lo “oye” pasar? 

Si las cosas siguen esta deriva, dentro de no mucho Las Veinticuatro Horas de Le Mans acabarán pareciendo un maratón de aspiradoras en vez de una carrera de automóviles. Además, ¿qué harían los aficionados que se quedan en el circuito francés a presenciar el evento, incapaces de dormir por el maravilloso estruendo que emiten los motores, si estos fueran eléctricos o de hidrógeno? Sería como escuchar una de las nanas que me cantaba mi madre de pequeño. La competición se quedaría sin fuerza, descafeinada. 

Arrogándome la voz de todos los petrolheads, este no es el futuro para el automovilismo, porque no queremos que los vehículos de ese calibre suenen igual que un conjunto de utilitarios ECO. Son coches de carreras, obras maestras de la ingeniería. Por eso, larga vida a los motores de combustión, desde el más pequeño de tres cilindros a los brutales V12 que manejan unos pocos afortunados.