XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Silencio en el caos

Andrea Montes, 15 años

Colegio Ayalde

Cerró los ojos y respiró profundamente. Poco a poco intentó alejarse de sus pensamientos para buscar el silencio en mitad de su caos…

Carla era una chica de veinticinco años que se pasaba la vida de tren en tren. Era pintora y siempre le acompañaba un cuaderno en el que dibujaba lo que veía. Aun siendo tan joven, había recorrido buena parte del mundo retratando a cientos de personas y paisajes.

A pesar de estar acostumbrada al ruido de las estaciones, le hubiese encantado no tener que vivir constantemente rodeada de gente y que su cabeza no fuese un torbellino. Sentía la necesidad de estar sola, de permanecer en silencio.

Durante sus largos viajes le gustaba observar y dibujar a quienes iban y venían con sus maletas como si buscaran una escapatoria. Pensaba que «ojalá pueda huir de la mía durante un rato», pero sabía que era imposible.

Una tarde, en uno de sus viajes a Madrid, se fijó en un niño rubio. Tendría unos cinco años y estaba muy contento jugando con un cochecito de juguete. Lo arrastraba por el suelo del pasillo del vagón y con la boca simulaba el ruido del motor. Una niña morena y de su misma edad se le acercó mientras peinaba a su muñeca. Empezaron a jugar sin decir una sola palabra. Carla notó la complicidad que había entre ellos.

Observó la escena con atención. La niña se levantó, le dio un beso en la mejilla al pequeño y se fue. El niño permaneció unos segundos mirando el pasillo por el que ella se había alejado, hasta que bajó su mirada hacia el suelo y se encontró la muñeca. Se detuvo un rato a observarla. Entonces sonrió tiernamente. Y Carla también, a pesar de que le invadió la nostalgia al recordar uno de los momentos más duros de su infancia. Cuando ella tenía cinco años, uno de sus mejores amigos murió en un accidente de coche. Su muerte fue un golpe duro porque su amigo de juegos, con el que compartía momentos divertidos y risas infinitas, dejó de sonreír para siempre.

La pintora volvió a la realidad, consciente del efecto que había causado en ella la sonrisa de aquel niño. Con ese gesto grabado en su mente, sacó su cuaderno y comenzó a dibujarle. Esa sonrisa reflejaba la paz y el silencio que ella tanto tiempo llevaba buscando.

Cerró los ojos y respiró profundamente, al tiempo que encontraba el silencio en su caos.