XV Edición
Curso 2018 - 2019
Simplemente feliz
Mar Martínez Durá, 16 años
Colegio Altozano (Alicante)
Los seres humanos nos hacemos preguntas acerca del sentido de la vida y de su finalidad. Aun sin darnos cuenta, filosofamos sobre la realidad que nos rodea, sobre lo que nos hace ser quienes somos y vivir cómo vivimos… Sabemos que nuestra vida acabará, que llegará un día en el que veamos la famosa luz al final del túnel. Puede que entonces todas nuestras metas se hayan cumplido. O no. Puede que solo unos pocos cumplan la razón de su existencia: ser feliz.
Todos vivimos para ser felices. Buscamos situaciones, nos rodeamos de objetos, nos hacemos con la compañía de ciertos animales que, podemos creer, nos darán la felicidad. Por otra parte, la sociedad nos presenta ejemplos de existencias vividas con plenitud (las de los influencers) y que son objeto de imitación, aunque resulten inalcanzables para la mayoría. Nos educamos en el éxito y vinculamos la felicidad a las cosas materiales, tal y como nos propone esta sociedad de la oferta y la demanda. Pero sabemos que ese tipo de felicidad nunca será plena, sino momentánea y efímera. Entonces tal vez caigamos en la cuenta de que la felicidad no se encuentra en nada de lo mencionado, sino en uno mismo.
Es fácil decir que somos felices, porque es a lo que todos aspiramos. Pero la vida es una montaña rusa: hay momentos en los que estás arriba y no quieres bajar; hay otros en los que llegas abajo y solo deseas que el tiempo pase rápido. Pero es que nadie ha dicho que el camino de la felicidad sea fácil; es necesario que pasemos por situaciones que tal vez no nos gusten o que no hayamos elegido, imprescindibles para concluir la misión para la que nacimos.
Mi madre me contó que mi abuelo fue muy feliz durante su larga vida. Él nunca dispuso de facilidades económicas, pero consiguió salir adelante. A una temprana edad murió su padre y tuvo que cuidar de su madre, que sufría una enfermedad incurable, un cáncer de pulmón. Para mi abuelo fue una tortura verla en aquellas condiciones. Además, eso implicó que tuviera que trabajar mucho para poder pagar las consultas médicas y, a su vez, dedicarle tiempo de donde no tenía. Su madre no tardó mucho en fallecer y, pese al dolor que le provocó la pérdida, mi abuelo no dejó de ser feliz. Y no solo logró rodearse de felicidad, sino que supo transmitirla.