VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Sin alas

Rosana Molero, 17 años

                 Sierra Blanca (Málaga)  

Era temprano. El sol había comenzado a despuntar. Sin embargo, su esposa ya estaba en pie, al igual que él.

Cuando comenzaron a desayunar, escucharon unos sollozos procedentes del dormitorio. Mario se levantó enseguida, evitando que lo hiciese su mujer. Enfiló hacia la habitación de su hijo y se asomó por la pequeña rendija que quedaba entre la puerta y el marco de la pared. Jorge lloraba en la cama, con los hombros hundidos y frotándose los ojos con sus pequeñas manos.

Abrió del todo la puerta para permitirse el paso. El pequeño extendió los brazos buscando el refugio de los de su padre. Mario le abrazó al mismo tiempo que se sentaba en la cama y depositaba un suave beso sobre aquella cabellera rubia.

-¿Qué te ocurre? ¿Ha sido una pesadilla?

-Me quitaban mis alas, papá –lloriqueó.

-Pero, ¿cómo? ¡Eso no es posible!

-Sí que lo es. No podía volar.

-Tú puedes volar siempre que quieras. ¿Quieres comprobarlo?

Jorge asintió.

Rápidamente, el padre le sacó de la cama y lo cogió en brazos. Subieron una estrecha escalerilla que daba a la terraza. Padre e hijo se quedaron un rato en silencio.

-Cierra los ojos –le ordenó al pequeño.

El niño obedeció sin rechistar, aún con lágrimas por los mofletes.

-Escucha.

-¿Él qué? Yo no oigo nada.

-Shhh… - dijo el padre -. Deja volar tu imaginación –hizo una pausa-. Piensa en el mar.

Pasó un tiempo. Jorge se concentró, intentó imaginar. Nada. Pero, de pronto, algo captó su atención. Se trataba del suave murmullo de las olas.

-Imagínate que flotas, que estás en el aire. No tienes alas, pero eso no te impide moverte.

La mente del pequeño bullía a toda velocidad. Era cierto: no tenía alas. Pero, entonces… ¿cómo podía volar?

Cogió velocidad y sintió la suave brisa rozarle la piel de las mejillas. Se vio rodeado de una brecha azul, que despedía un leve olor a sal: el mar. Imaginó la frescura de aquel líquido resbalándose entre los dedos. Era como si estuviera allí. No acababa de creérselo.

-¡Papá! Estoy volando! ¡Vuelo!

-Claro que sí, hijo mío.