V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Sin palabras

Remei Pallás, 17 años

                 Colegio Canigó, Barcelona  

Domingo por la mañana en Barcelona. La mayoría de los habitantes se han despertado entre bostezos, en un clima frío y aburrido. Aún hay panfletos en el suelo de las calles, después del partido del día anterior, y las nubes se pasean por un cielo sin sol.

Laia permanece acurrucada debajo del edredón, con la persiana tímidamente subida. Su color de piel contrasta con la blancura de las sabanas. Sus ojos, dos puntos negros en un mar de pliegues.

Sin previo aviso, saca el brazo por encima de las sabanas y busca en la mesita de noche su reproductor de música. Dos palpadas son suficientes para encontrarlo, aún con los auriculares enrollados, tal y como lo dejó la noche anterior. Lo acerca cuidadosamente hacia ella y se lo guarda a la altura de su pecho. Suspira y luego se reconforta en la cama. Le gusta el calor acumulado y ensancha durante unos segundos los dedos del pie. Apenas se escucha nada, salvo el siseo del aire. Instantes después, coloca cuidadosamente uno de los auriculares en su oído y pulsa el botón del pequeño aparato.

Apenas unos segundos son suficientes para transportarla a otro lugar. Es una melodía lenta, acompañada por un cantante inglés. Palabras de amor y ternura se pierden entre la partitura de la canción. Laia ya ha cerrado los ojos, imaginándose en algún bar donde el cantante interpreta sus temas detrás de una cortina de humo.

Cuándo termina la canción, el ritmo se acelera. De modo semejante, sus pensamientos sintonizan con la batería. Con los ojos abiertos de nuevo, siente los primeros rayos de luz atravesando el cristal. Sonríe sin motivo aparente, ensanchando el estrecho espacio entre su cuerpo y las sabanas. Empieza a despertarse. Se distingue ya el rosa de su pijama a la vez que se sienta en la cama.

Huele a tostadas y a mermelada de arándanos. Apaga el reproductor de música, escucha los pasos cortos de su madre. Se despliegan las cortinas, se levantan la persianas, oye la primera conversación en la sala de estar... A Laia siempre le dicen que tiene el don de escuchar; nunca pierde detalle.

Afuera, la ciudad sigue adormilada bajo las caricias del viento.

Espera breves instantes. Sabe que su madre abrirá la puerta, dudando sobre si duerme o no. Sin equivocarse, su madre se acerca cariñosamente hacia ella, le desea los buenos días, dejándole espacio a Laia para que pueda gesticular y desearle también los buenos días. Le gusta cómo su madre le dirige la palabra. Laia está convencida de que es la voz más hermosa, especialmente cuándo canta para ella. Sin embargo, su madre a veces sufre por miedo a no entenderla. Pero la ausencia de sonido no siempre es sinónimo de ausencia de mensaje. Con el tiempo, Laia ha encontrado otras formas de transmitir a los demás sus sentimientos. Por ejemplo, con la música.

Antes de dirigirse a la sala de estar, Laia le indica que escuche una canción de su reproductor de música. Su madre se coloca cuidadosamente el otro auricular. Es una canción alegre que le ayuda a comprender cómo se siente Laia esa mañana de domingo. Su madre sonríe, sin palabra alguna. Sin que nadie más lo perciba, ellas están hablando.