XIV Edición

Sobre ruedas 

Ignacio Barbero, 15 años

            Colegio El Prado (Madrid)  

De vez en cuando bajo al trastero de mi casa, limpio el polvo a la bicicleta, hincho las ruedas y me doy con ella un paseo por el barrio. En cada pedaleo veo reflejada mi infancia, y con ella la estrecha relación que, desde hace tanto tiempo, mantengo con este invento que, tiempo ha, revolucionó el desplazamiento de las personas con un mecanismo tan sencillo.

El otro día levanté los ojos hacia la puerta del trastero, retiré alguna telaraña y en una pila de cajas de mudanza encontré una moto de plástico, amarilla y azul, sin pedales, en la que me sentaba para impulsarme con los pies. Creo recordar que aquella moto había pasado por mis hermanos mayores antes de que un servidor pudiera probarla, y que poco a poco fui tomando confianza: me lanzaba por las cuestas de la urbanización a tal velocidad que, aunque la adrenalina me impedía prever las caídas peligrosas, acababa con las manos llenas de raspones. La idea de que aquello se me quedaba pequeño empezó a hacerse una realidad.

Cada vez que hablamos de la infancia en alguna de las multitudinarias comidas familiares de los domingos, me quedo más convencido de que el mayor salto que di por aquel entonces fue aprender a montar en bici sin ruedines. Aunque a ojos de mis hermanos era pan comido, para mí se parecía al reto de Neil Armstrong al pisar la Luna. Con la paciencia de mi hermano y sus peculiares trucos sobre cómo pedalear manteniendo el equilibro, empecé a coger práctica: primero sin un ruedín; después sin el otro, hasta que logré desplazarme como había soñado. La imaginación hacía que me viera en una carrera de Moto GP, como si me hubiera convertido en el ídolo de mi infancia, Valentino Rossi.

Ahora va llegando el momento de dar otro salto: sacarme el carnet de motocicleta. Mis padres lo observan con recelo, por el peligro que entraña la carretera, pero yo creo que se puede usar la moto con precaución.

En resumen, mi vida va sobre ruedas.