XV Edición

Curso 2018 - 2019    

Alejandro Quintana

Soledad

Coral Fernández–Palacios, 17 años

Colegio Entreolivos (Sevilla)

Ayer por la tarde estuve hablando por teléfono con un amigo que ha roto con su pareja. Durante la conversación me repitió que no estaba triste por la ruptura, sino porque se sentía solo. Una vez colgué, pensé que los jóvenes nos hemos acostumbrado a recibir todo de modo inmediato, tanto en la comunicación como en las relaciones personales. Por eso, cuando no sentimos el contacto permanente con otras personas, creemos habernos quedado solos.

Según un estudio realizado por Europa Press, cuatro millones de españoles dicen sentirse solos, y aunque esta cifra pueda parecer pequeña en comparación con los más de cuarenta y cinco millones de habitantes que tiene nuestro país, resulta una cifra apabullante que, además, va en aumento.

Al hablar de personas que se sienten solas no me refiero únicamente a la gente mayor que vive sin compañía, sino también a personas jóvenes que comparten techo con sus familias. Porque, aunque parezca contradictorio, aunque estemos todos conectados gracias a las nuevas tecnologías, muchas personas se sienten desamparadas incluso cuando viven rodeadas de la compañía de los suyos y el contacto a través de las redes.

Me sorprende tanta sensación de soledad cuando vivimos junto a una multitud física y virtual. Pero es un vivir sin empatía. Quizás tengamos que afrontar nuestra existencia de otra manera, buscar un mayor contacto personal, cara a cara, sin miedo a mirar a los demás a los ojos, a pedir consejos y a ofrecerlos. Quizás tengamos también que aprender a distinguir los distintos tipos de soledad: la soledad de la indiferencia, tan habitual en las grandes ciudades, y la soledad voluntaria, de la que podemos sacar muchos beneficios, porque… ¿quién ha dicho que no es bueno estar solos? No solo es bueno sino necesario. Hay que apagar la música, desconectar el teléfono móvil, cerrar el ordenador para enfrentarnos a nosotros mismos y encontrar en nuestro interior qué podemos ofrecer a los demás.

Volviendo a la conversación que tuve con mi amigo, le recomendé que, para no sentirse así, debía aprender a quererse, algo que solo se aprende en soledad. Debemos intentarlo, aunque de primeras nos resulte difícil. Mi amigo me dijo que lo intentaría.