V Edición
Curso 2008 - 2009
Sólo confía
Almudena Calvo, 15 años
Colegio Aldeafuente (Madrid)
Ahí estaba Felipe, sentado junto a sus compañeros de primero de primaria frente al público. Me fije en su rostro: sus ojos rasgados, característicos de las personas síndrome de Down; sus orejitas de soplillo, que le dan un aire gracioso; su constante sonrisa, que nunca me canso de mirar.
La sala estaba llena de ruidos, de niños nerviosos por salir al escenario, de padres impacientes por ver a sus hijos recoger el banderín que les entregaban los mayores que terminaban el colegio. Era una especie de relevo. Un bonito relevo.
Felipe se agobió. Le asustaba toda aquella gente. Oía el estruendo de los altavoces, los pitidos del micrófono y los movimientos de sus compañeros, tan rápidos para él. No entendía nada. Se levantó, buscando con la mirada asustada alguna escapatoria. Entre los espectadores descubrió a nuestra madre. No le importaba que la ceremonia siguiera sin él. Ya estaba entre sus brazos.
Lo contemplé todo desde mi asiento y me sentí triste, decepcionada por haber visto, una vez más, que Felipe no podrá ser como los demás niños.
Pero en el momento en el que parecía que el acto había acabado, cuando creí que los organizadores se habrían olvidado de él, sonó su nombre alto y claro por el altavoz. Al escucharlo, Felipe supo que era su momento. Salió de entre el público con andares decididos. A cada paso que daba por el pasillo principal, crecía cada vez más fuerte un emocionante aplauso. Nadie tuvo en cuenta que tropezara al ascender las escaleras. Como tenía una meta, se levantó y siguió adelante.
Mereció la pena verle arriba, en el escenario, mirándonos a todos. Demostró que las dificultades se vencen con la ayuda de las personas queridas. Sus ojos verdes nos decían a gritos: <<Sólo tenéis que confiar en mí>>.