II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

¿Sólo mi vida? No la quiero

Cristina Muñoz, 16 años

                  Colegio Canigó, Barcelona  

    Podríamos preguntarnos qué necesitamos para vivir felices. ¿Familia, salud y trabajo son suficientes? Quizás muchos asentirían sin pensar, pero la realidad es que hay mucha gente que cuenta las horas, minutos y segundos que quedan para que acabe el día, y otros muchos que sufren sin hogar ni familia. Es evidente que existe algo más para alargar la vida de un corazón, prácticamente otra mitad del globo que tiene puesta su esperanza en nosotros. Por eso, considero que a familia, salud y trabajo habría que añadir "preocupación por los demás".

    Me remonto tres años atrás, cuando comprobé que la felicidad no está en sobrevivir, sino en hacer la vida algo más agradable a los demás. Ancianos, hombres y mujeres de variada edad, soportando el calor del verano polaco en una residencia de mala muerte, apoyando su dolor y tristeza en nada más que una triste cama o un sillón de cuero viejo. Sin cariño y ningún tipo de atención por parte de las asistentas, ni siquiera cuidados ni afectos para quienes dejaron atrás las duras huellas del nazismo.

    Y todavía hoy nos preguntamos, <<qué es vivir>>, a lo que respondo: <<compartir tu vida con los demás>>. Pero sigo oyendo: <<mi vida es para mí>>. Si no hemos transformado nuestra vida en alegría ajena y propia, entonces no ha valido la pena participar de ella.

    ¡Cuántas sonrisas entraron por mis ojos aquellos días en Polonia! Con lo aparentemente poco que hacíamos, pues dábamos lo mínimo, pero a la vez nos dábamos a nosotros mismos. Sólo por esa satisfacción interior de verles felices valió la pena gastar mis días, mis manos y rodillas en ellos; lavarles la ropa, el suelo, hacer sus camas, pintar sus uñas, peinar sus cabellos, hablar y hablar. Aunque no entendiéramos nada de los que nos decían -el idioma no fue impedimento para el cariño- necesitaban alguien a quien explicar sus desventuras y sufrimientos después de tantos años en el anonimato.

    ¿Y en Polonia se encuentra la felicidad? Tampoco.

    Basta recorrer cuatro manzanas de cualquier ciudad -la mía propia- para percatarse de la necesidad de llevar a cabo labores de caridad, apoyando a almas maltratadas con alegría, esperanza y amor.

    Qué recuerdos guardo del día de Reyes con los ancianos y ancianas de un asilo cercano a mi casa, al que asistimos todo el grupo de amigas. Con qué ilusión abrían los paquetes que con esfuerzo habíamos comprado entre parientes y amigos.

    Como niño bajo el árbol, así se arrimaban ellos a sus regalos. Una enternecedora escena que entre guitarras y panderetas nos despertó una sonrisa y, entre tanto, unas lágrimas corrieron por las mejillas de algunas, que compartimos la gratitud de unas de las ancianas, la ilusión de ser dichosa por un día.

    Con qué paz viviríamos todos si nos ocupáramos más del prójimo. Cuántas preocupaciones desaparecerían de nuestra mente y nos dejarían ser más libres. Qué mundo tan amable si aprendiéramos a ser más generosos, si nos empeñáramos en encontrar la felicidad, la verdadera felicidad.