II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Sólo palabras

Verónica Casais, 15 años

                  Colegio San José de Cluny (Santiago de Compostela)  

    “Son sólo palabras”. Comienzo a perder la cuenta de las veces que he leído o escuchado esa frase. Suele utilizarse para expresar que la dimensión de los sentimientos es demasiado grande para expresarla con palabras, pero ¿qué sería de nosotros sin esas palabras que a veces nos parecen insignificantes?

    Nos ha costado años encontrarlas y necesitamos nuevas palabras constantemente. Sin ellas no podríamos saber lo que es el amor, o la libertad, ni cómo describirlos. ¿Cómo diferenciaríamos el bien del mal sin palabras que los nombrasen? ¿Cómo sabríamos lo que es un sentimiento si no existiese este término?

    Aunque queramos creer que los sentimientos son tan complejos que no hay palabras que los abarquen, a veces sí lo hacen. Y eso no quiere decir que por ello sean menos intensos o menos bellos. Simplemente, utilizando las palabras los hacemos menos complicados. Dejan de ser un misterio para aquellos a quiénes queremos revelárselos y hacen que nosotros descubramos también los sentimientos del prójimo. Importan los gestos, importan las miradas, pero también importan las palabras.

    Esas pequeñas combinaciones de letras son algo tan cotidiano que no nos damos cuenta de su valor. No recordamos que los hombres hemos luchado por cada una de esas palabras. Primero para conseguirlas, y después para utilizarlas libremente, expresando nuestras opiniones. Hombres de valor han llegado a morir para conseguir que las palabras que describían sus pensamientos pudiesen ser dichas en voz alta y sin miedo.

    Por eso, cuando creemos que lo que decimos no expresa nada, que son sólo vocablos y términos que se enredan en frases complicadas, no nos damos cuenta de que nunca encontraríamos un gesto para expresar a la vez todo lo que sentimos. Es el conjunto lo que hace fuertes nuestros sentimientos. Necesitamos que nos muestren el cariño con la mirada, pero también queremos oírlo con palabras, porque si algo no es dicho no estamos seguros de que sea cierto.

Son ellas las que hacen comprensible un sentimiento, las que dibujan las ideas por las que luchamos. Son las que producen risa y curiosidad en los niños pequeños, y sentimientos encontrados en los mayores. Son el medio con el que aprendemos todo lo que sabemos. Depositarias del conocimiento, los sentimientos, los pensamientos, las ideas, la curiosidad, la risa...

    Nada existe que no pueda ser expresado con palabras. ¿Y aún nos atrevemos a decir que no dicen nada? ¡Qué gran mentira! Ellas los dicen todo. Lo bueno y lo malo. Lo alegre y lo triste. Ellas han decidido entre vidas y muertes, contratos y despidos. ¡Cuántas sentencias de muerte firmadas! ¡Cuántos medios de comunicación cerrados! Y todo por ellas... Por palabras que buscaban libertad y acabaron con aquellos que se atrevieron a esgrimirlas. Palabras que luchaban por el fin de la opresión y fueron cruentamente silenciadas. Palabras que hoy se desbordan en miles de papeles y ordenadores. Palabras que se escapan con cada suspiro, con cada movimiento, con cada pequeño gesto que realizamos al día.

    Si tuviéramos que contar cuántos vocablos se escapan de nuestros labios cada veinticuatro horas, caeríamos rendidos. Perderíamos la cuenta. Incluso, me resulta difícil medir las palabras de este artículo, pero sé que sin ellas no podría eternizar lo que pienso. Cada una de ellas forma parte de él, es una de sus células, y si alguna de ellas fuese arrancada, las demás comenzarían a perder el sentido. Se necesitan unas a otras, como nosotros, los hombres; para tenerse en pie.

    Y después de todo esto, ¿te atreverás a decir que son sólo... palabras?