III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Solo

Sara Mehrgut Palenzuela, 15 años

                 Colegio Alcazarén (Valladolid)  

    Suena la campana. Todos salen al patio. Lo detesto. No aguanto ese sonido que me arranca del refugio de mi clase. Debo volver a la cruda realidad. Salgo solo. El profesor me observa con lástima. Odio esas miradas. Decido correr, como si me fuera a reunir con unos amigos. Siento vergüenza de que todos sepan que soy un marginado. Me siento en un banco, sin ninguna compañía. Soy tonto: se me ha olvidado el libro. No es que me guste leer, pero me da una excusa para estar solo. No sé qué hacer. Estoy tan cansado de esta situación... Me dan un balonazo en el hombro. Vienen a por el balón. No me piden disculpas. Estoy acostumbrado.

    Por fin oigo de nuevo la campana y regreso a clase.

    A la salida, se me acercan unos alumnos de primero de Bachillerato. Me llaman pardillo y se burlan de mi ropa. Yo ya no reacciono.

    Llego a casa. Mi madre me sonríe. La miento al decirle que me lo he pasado muy bien en el colegio. No me concentro para estudiar. Me encuentro agotado de soportar este día. Entro en mi messenger y me escribo con personas de otro país. Me siento diferente cuando hablo con ellos. Pero no me llena. No soy feliz. Sé que hago infeliz a la gente que me quiere. Les decepciono. No veo sentido a la vida. Los que me aprecian lo hacen por quien soy, no por como soy. Tampoco puedo dormir tranquilo. Mañana, al menos, seré alguien.

    A la mañana siguiente el periódico anuncia:

    “Joven se quita la vida”.

    Leo la noticia y siento el impulso de hacer una bola con ella. Ese recorte lo ha colocado mi madre en el escritorio. Acaso intuia lo que se me pasó por la cabeza. Me tiro en la cama, aborchornado. Me pregunto qué pensara de mí. La odio. ¿No podria dejarme en paz?.

    Oigo dos golpes timidos en la puerta de mi habitación. Segundos después y sin mi permiso, la abre, me mira y sonríe. Desvía la mirada hacia mi mesa y, un poco mas abajo, se fija en el trozo de periodico que he tirado al suelo. Voy a protestar, pero ella tartamudea. No sé qué me quiere decir. Me rodea con los brazos e, instantáneamente, yo la abrazo con fuerza. Rompo a llorar y por fin descargo todos mis miedos y complejos.

    Noto algo nuevo: me siento libre de mí mismo. Todo lo que guardaba con celo lo comparto con mi madre. Ella me comprende. Nos hemos pasado la mañana hablando y riendo. Por la tarde voy al colegio y camino con paso firme, dispuesto a abrirme a los demás y estar atento, por si alguien está solo en un banco del patio y cree, como yo creí, que todo debe terminar.