XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Sonreír sin excusas

María Pardo, 15 años

                 Colegio Ayalde  

No hace mucho, leí que necesitamos menos músculos para sonreír que para fruncir el ceño. Sin embargo, ¡qué fácil es enfadarse por nada y qué difícil, a veces, sonreír!

Pero es evidente que la sonrisa se contagia tan rápido como la gripe. Por ejemplo, cuando me enfado y aparece mi padre, me sonríe hasta que acabamos los dos riendo. De hecho, una sonrisa puede levantar el ánimo a los que nos rodean. El lema de mi colegio lo sintetiza a la perfección: «Siempre alegres para hacer felices a los demás».

No obstante, sonreír no es tan fácil como parece, pues a menudo requiere dejar de lado los pequeños contratiempos del día a día, así como olvidarse de uno mismo. Pero siempre merece la pena. Primero, porque cuando sonreímos los demás se sienten cómodos a nuestro lado. Segundo, porque uno se recarga de energía para afrontar los problemas. De hecho, la sonrisa es el arma más eficaz contra la aflicción.

La semana pasada encontré en Pinterest la sonrisa más bonita que he visto hasta el momento. La protagonizaba una niña iraquí de entre cuatro y cinco años. Tenía el pelo negro, corto y enredado. Su piel morena estaba sucia y sus manitas jugaban con un tubo de plástico. Detrás de ella se veían montones de escombros, edificios derruidos y nubes de polvo. Si esta niña sonreía en aquellas condiciones, ¿cómo no lo vamos a hacer nosotros?

He decidido ponerme esa imagen de fondo de pantalla. Aunque ella no lo sepa, se ha convertido en un referente para mí. Su retrato será un recordatorio de que, por muy difícil que se presenten las cosas, no tengo excusas para dejar de sonreír.