V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Su último concierto

Blanca Rodríguez G-Guillamón, 16 años

                 Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Se asomó tímidamente al escenario. En el centro vio el piano de cola y, al frente, a su público. Respiró hondo y entró en escena. Las luces la siguieron en su recorrido y la audiencia estalló en aplausos. Saludó y se sentó frente al teclado.

Permaneció unos instantes en silencio, consciente de que no habría otro día como aquel. Lentamente deslizó sus dedos por las teclas y los colocó en la posición exacta. Un dulce sonido comenzó a despertar del letargo. Manejó con maestría los acordes y le arrancó a las notas toda la emoción que pudo. Era una canción suave y hermosa.

Recordó la primera vez que la había tocado en público. Entonces dedicó el concierto a su madre, que había estado enferma. Quiso recordarle el lado positivo de la vida, transmitirle la esperanza que había perdido y dejar que soñara otra vez.

Sus manos bailaron ágilmente, cada vez más rápido, entrelazando distintas melodías con un mismo compás. Su música bañaba con fuerza el auditorio, mostrando el amor que quiso trasmitirle a su madre en sus días de enfermedad. Cerró los ojos, pese a que aquella canción la había interpretado miles de veces. El sabor de pureza que la impregnaba seguía ahí y la conmovía.

Durante el concierto se sucedieron en su mente muchos momentos de su carrera musical. Recordó a su primer profesor de piano, que se enfadaba cada vez que se equivocaba leyendo las partituras. Y a su hermano, que siempre se había reído de ella porque no coordinaba el movimiento de las manos. Sonrió. ¿Y aquella vez que había tocado por primera vez ante veintidós personas? ¡Qué vergüenza pasó! Su vida estaba llena de fracasos y triunfos, de desilusiones y esperanzas. ¡Cuánto había aprendido de sus errores!

Pasó de una a otra melodía y tejió con ellas un ambiente de paz y expectación. Llegó entonces el momento de estrenar su última composición. Miró a su derecha, a todas aquellas personas que valoraba su trabajo y sintió que una nueva fuerza crecía en su interior: no podía decepcionarles. Fluyó por sus venas la emoción y se rindió a la música por completo.

No había palabras para expresar su talento, tampoco las hubo para describir la ilusión que brillaba en sus ojos cuando dejó por última vez el escenario. Entre lágrimas de agradecimiento y temblando de miedo como una niña. Los espectadores se pusieron en pie y clamaron su nombre. No seguía ningún guión: aquella noche era su noche. Saltó al pasillo que había frente al escenario y se abrazó a su madre. No cesaron los aplausos en aquella despedida. Era joven para retirarse del escenario, como también lo era para despedirse de la vida que tanto amaba.

El médico le había pedido reposo. Sólo le concedió un concierto más. Ella sabía que era suficiente para lograr la paz de su alma. Le hacía feliz saber que sus esfuerzos no habían sido en vano. Aunque aquel fuese su último concierto, su música nunca moriría.