III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Sueños de crital

Nuria Díaz Argelich, 17 años

                  Colegio Canigó (Barcelona)  

       Obura llegó a la costa con las manos vacías y el corazón cargado de ilusiones. Nunca había visto el mar. Le pareció grande, bello y terrible. Reforzó la fragilidad que mostraba lo que el patrón denominó navío y que no era más que una sencilla barca destartalada y construida para la ocasión. Obura tenía el optimismo de llegar a España para ayudar a su familia. Les había costado mucho conseguir el dinero necesario para el pasaje.

       Zarparon a la caída de la noche desde una cala inhóspita y poco accesible. Soplaba un viento frío que les penetraba hasta la médula de los huesos. La embarcación estaba sobrecargada y, en ocasiones, había que achicar agua. Obura viajaba en la popa, apretujado entre una mujer que protegía entre sus brazos a un bebé de ojos azabache que gemía de frío y miedo, y un joven de tez particularmente oscura y en cuyos ojos afloraba la desesperación. El bebé le recordó a su sobrina Nyar. No contaba más de nueve o diez meses.

       La oscuridad del cielo y del océano rodeaba la embarcación. A pesar del ruido del motor y del bramido de las olas, Obtura reconocía un pesado silencio que sólo turbaban los suspiros del pasaje. Entonces sintió miedo ante la inmensidad del mar negro; ante la fragilidad de esa barcaza que hacía agua; ante aquel mundo mejor que desconocía; ante la posibilidad de morir ahogada. Era consciente de que arriesgaba mucho. Nadie le había prometido que tendría éxito en aquella empresa. Intentó no dejarse vencer por el desánimo. Él era la última esperanza de su familia, que malvivía en una chabola a las afueras de Freetown, la capital de Sierra Leona, un país sumido en años de caos, guerra y saqueos. Sentía sobre él el peso de la confianza de los suyos.

       Obura repasó su vida: no tenía que remontarse mucho tiempo atrás; tan sólo tenía diecinueve años. Recordó la mirada triste de su madre, que se acentuó cuando se despidieron. Evocó el rostro firme y sereno de padre. A diferencia de otras familias, la suya no solo se sustentaba del trabajo de su madre. Su padre no era dado a la bebida o la holgazanería: trabajaba de sol a sol y hablaba poco, especialmente desde la desaparición de su hijo Aketch, el hermano pequeño de Obura. Sólo habían encontrado su muñeca de trapo, tirada junto al camino. Desde entonces, el padre llevaba aquel juguete en el bolsillo y hacía lo posible por no separarse de los dos pequeños, Odero y Wuon-Okumba.

       Obura suspiró. Se le hizo presente la cotidiana caminata al salir el sol, en busca del agua de la fuente; el duro trabajo en el campo, que apenas les daba frutos para malvivir; los juegos con sus amigos... Se acordó de Akelo, a quien no sabía si volvería a ver. Apenas había tenido tiempo para decirle lo mucho que la quería. Condenó la timidez que durante tanto tiempo no le había dejado explicarse.

       Su familia estaba unida. Además, aún no había sufrido ninguna muerte a causa de la malaria, la enfermedad del sueño, el sida o tantas otras infecciones que habían diezmado las chabolas de sus vecinos. Tenía ganas de trabajar por ellos. Lo haría en cuanto pusiera un pie en tierra española. Trabajaría duro para enviarles dinero. Odero y Wuon-Okumba no pasarían hambre, podrían comprar libros, arreglar el tejado de la casa. Cuando volviera a Sierra Leona, su madre habría recuperado la mirada alegre de su juventud y su padre habría abandonado aquel aire taciturno tras la muerte del pequeño. Tal vez Aketch habría regresado...

       El viento arreció. Estaban calados hasta los huesos. Poco a poco, fue aclarándose la oscuridad y la noche resbaló sobre el día. El yodo les había cubierto los labios y los ojos de una película blanca, pero a lo lejos divisaron una mancha parduzca. A Obura le castañeaban los dientes y el estómago le rugía de dolor. Aun así, sacó fuerzas para gritar:

       -¡Tierra!

       El patrón maldijo entre dientes: se acercaba una motora. Las letras de proa, aunque no sabía leer, indicaban que pertenecía a la Guardia Civil.