XV Edición
Curso 2018 - 2019
Suma de gotas
Núria Franco, 16 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Mis padres me están dando una educación repleta de valores que, entre otras cosas, me permite dedicar parte de mi tiempo libre a los necesitados. Estoy involucrada en diferentes voluntariados, con el propósito de alegrar la vida a gente que vive situaciones muy complicadas.
Cada vez que realizo una de esas labores, regreso a casa con una lección aprendida. En una ocasión Francisco, un hombre que duerme en la calle y acude a los comedores sociales de mi ciudad, me pidió que le diera otra rebanada de pan cuando le servía el almuerzo. Pero la persona encargada del comedor nos había dejado claro que a cada comensal le correspondía una sola pieza de pan, y así se lo expliqué. Para mi sorpresa, Francisco me argumentó la razón por la que le correspondían dos: «Yo quiero más a Dios que el resto de la gente que ha venido hoy aquí». No sé si estaba en sus cabales. Desconozco también el alcance que para él tenía su comentario, pero después de sonreírle y darle la rebanada a escondidas, me quedé reflexionando sobre cómo es de intenso mi amor a Dios.
En primero de Bachillerato estamos obligados a realizar un trabajo de investigación. No extrañará saber que lo he dedicado al voluntariado entre los jóvenes. En mis indagaciones por libros y páginas web, he ido confirmando que son innumerables los adolescentes que actúan de forma desinteresada por el bien de la sociedad.
Es necesario recordar que el voluntariado nos aporta muchas cosas buenas. Además, está al alcance de todos. Por otro lado, dar una pequeña parte de nuestro tiempo nos proporciona muchas ventajas. Por ejemplo, nos ayuda a conocer aspectos lejanos a nuestra experiencia respecto a la sociedad en la que vivimos. El voluntariado nos brinda un primer contacto con los grandes problemas de la humanidad, lo que nos permite buscar soluciones al mismo tiempo que nos sensibilizamos con los que más sufren. También es una manera evidente para convertirnos en agentes de cambio. Los granitos de arena que aportamos, sumados a los de otros voluntarios, hacen una fuerza que mejora el mundo.
A los jóvenes nos tendrían que hablar más del voluntariado, pues muchas personas de mi edad desconocen la variedad de sus posibilidades: social, medioambiente, cooperación internacional, ocio y tiempo libre, deportivo, sanitario, cultural, comunitario, protección civil y educativo… Cada cual puede realizar aquella tarea que más le interese.
Gracias a las labores de voluntariado, además, uno acaba conociendo a gente nueva y con ideales, con la que va atando relaciones de amistad. En mi caso conocí a Alfonso Berbena, uno de los comensales de ese comedor social, que se me presentó con un divertido: «Soy Alfonso Berbena, el rey de las nenas». Es un hombre mayor con mucho sentido del humor, que posee una virtud que envidio: el altruismo. Cuando le pregunto cómo se encuentra o cómo le va la vida, me responde con una respuesta corta —«Bien»… «Tirando»— para, enseguida, interesarse por mis estudios y mi familia.
Algunos de mis amigos me preguntan por qué trabajo gratuitamente, sin exigir nada a cambio, por qué regalo parte de mi tiempo. Les contesto con una frase de santa Teresa de Calcuta, en la que se refería a la labor de sus religiosas: «A veces sentimos que lo que hacemos es tan solo una gota en el mar, pero el mar sería menos si le faltara esa gota».