X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Tan dulce como sus torrijas

Sandra Castro, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Amanda aferraba con sutil delicadeza la mano de su acompañante. No quería soltarse de ella porque al fin la había encontrado, después de años de búsqueda por toda Europa.

La luz que se filtraba a través de las ramas de los árboles iluminaba su rostro. El parque del Retiro ofrecía toda una variedad de paseantes y turistas: un hombre distraído, una joven apuntando palabras en una libreta, dos niños junto a su padre, unos novios que se lanzaban palabras de amor… Quién iba a decirle que la iba a encontrar en Madrid, su ciudad. Sabía que era cosa del destino, aunque decía no creer en las casualidades.

Horas antes se había sentado a tomarse un café matutino. Tenía los ojos cegados por una capa de frustración; después de cinco años aún no había logrado su único objetivo desde que dejó la universidad. La noche antes de que su madre muriese, le había prometido que encontraría a su abuela, a la que no veía desde niña. No podía soportar el fracaso, que se lo había tenido que comer demasiadas veces. Hasta el dulzor del café le sabía amargo.

Decidió pedirle al camarero otro sobrecito de azúcar. Alzó la mano para llamarle. Desde el otro lado de la barra él le sonrió para indicarle que en seguida acudiría.

Cuando estaba a punto de llegar a su mesa, tres mujeres se acercaron al camarero. Una de ellas llevaba una bolsa color púrpura.

-¿Se acuerda de mí?

El muchacho hizo un gesto negativo con la cabeza. Entonces la señora le guiñó el ojo a una de sus compañeras y prosiguió:

-El año pasado, en Semana Santa, estuve charlando con usted. Recuerdo haberle comentado que las torrijas me salen como a nadie. Entonces usted me pidió que le trajese alguna para probar. <<Pero no hasta Semana Santa>> le dije. Al ver la confusión en su mirada, le aclaré: <<Es cuando mejor me salen>>. Así que aquí se las traigo; compártalas con quien quiera.

Sin dejar a un lado su asombro, el camarero agradeció el regalo y le preguntó:

-¿Viene usted a menudo por esta cafetería?

-Sólo en estas fechas. Vivo en Viena desde hace veinte años.

-Viena… ¿Y qué se le perdió tan lejos?

-Me tuve que marchar por un conflicto familiar –se entristeció-. Pero hace ya tres años que vengo a pasar la Semana Santa a Madrid.

Amanda se dio cuenta de quién era la mujer que tenía enfrente. Temblando, se levantó de la silla y se acercó a ella.

-¿Abuela?

La señora volvió la cabeza, sobresaltada por la manera con la que acababan de nombrarla. La observó con detenimiento durante unos segundos.

-¿Amanda?... –le tembló la voz-. ¿Eres Amanda?...

Amanda asintió y se abrazaron. Era como volver a abrazar a su madre, a la que tanto echaba de menos.

Por fin la había encontrado. Había cumplido la promesa que le hizo a su madre y había vuelto a ver aquella mujer que recordaba tan dulce, tan dulce como sus torrijas.