XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Tardes de verano 

Claudia García Plaza, 15 años

Colegio Sierra Blanca (Málaga)

Sara y su abuelo solían hablar en el porche cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las montañas que cercaban el pueblo. Tomaban asiento en unas antiguas mecedoras, que chirriaban sutilmente con cada balanceo. Les reconfortaba la conversación bajo aquella tenue luz dorada. 

Su abuelo tenía un talento especial para contar historias. Hacía pausas en los momentos adecuados y moderaba el tono de voz según la intensidad que requería el relato, con el propósito de que Sara no dejara de poner toda su atención. Ella era su mejor oyente, pues sabía cuando tenía que sonreír o poner cara de sorpresa, animándole a continuar. El canto de los grillos les acompañaba de fondo. 

Aquel hombre amable tenía por costumbre prender un cigarro, cuyo humo hacía que Sara tosiera. 

–Toma un trago de leche ¬–le acercaba el tazón a la niña–. Verás cómo se te pasa. 

A Sara las comisuras se le quedaban marcadas de leche mientras la voz pausada y profunda del abuelo la transportaba a todo tipo de lugares junto a todo tipo de personajes, que se sucedían en la imaginación de Sara gracias a los vívidos relatos. Así el tiempo pasaba sin que lo percibiesen.

Los años se sucedieron a la misma velocidad con la que pasan los días. Sara había crecido. El abuelo, al contrario, estaba más viejo, pero ambos seguían manteniendo aquella cita al atardecer de cada día del verano. 

Sara se había percatado de que su abuelo ya no era el mismo. Tenía la piel más arrugada y los ojos cansados. Además, arrastraba las palabras al hablar y se olvidaba de hacer pausas, lo que hacía que en ocasiones ella no lo entendiera. El bastón que antes rehusaba, le acompañaba en todo momento. 

–Abuelo ¿quieres que hoy sea yo quien cuente una historia?

–¿No te gusta la que estás oyendo? –le preguntó sorprendido.

–Me encanta, lo sabes, pero te noto cansado.

El anciano sonrió y permitió que su nieta le tomara el relevo, para descubrir que Sara había heredado su don de la palabra.

***

Unas décadas después, continuaba aquella tradición. Sara era quien narraba toda clase de cuentos a sus nietos. Sabía que, mucho más adelante, ellos harían lo mismo. 

Las tardes de verano frente a las montañas que circundan el pueblo, jamás morirán.