V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Te debo mi vida

Mª del Mar Sánchez de Ocaña, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Me llamo Rocío y soy una adolescente de dieciséis años. Sobre mi aspecto físico diré que soy delgada y alta, de piel morena y ojos verdes. Mi pelo es castaño, con rizos anchos.

Mi mejor amiga se llama Sofía. Es mi prima y mi compañera de aventuras desde que nacimos. Hemos vivido muchísimos momentos juntas. Tenemos la misma edad, compartimos el mismo colegio y vamos juntas a clase. Nos movemos por los mismos ambientes y tenemos las mismas amigas. También los mismos gustos, cosa que puede perjudicarnos o causar algún que otro conflicto cuando nos fijamos en un chico. Pero antes mi prima que todos los hombres juntos, opinamos las dos.

En el colegio afirman: que cuando una cosa la sabe Rocío, la sabe Sofía también. Se puede decir que ella forma parte de mí.

Pero a ella se le manifestó un grave defecto: le importaba mucho el qué dirán. Siempre creía que estaba gorda. Pero no era cierto. Era una mujer de caderas anchas, lo que le hacía hundirse muchas veces. Le daba demasiada importancia al aspecto físico. En nuestro grupo éramos todas de constitución delgada, y esa era la causa por la que tenía complejo.

Se empeñó en adelgazar. Muchas otras veces nos había dicho que lo haría, pero nunca lo cumplía. Ésta vez parecía convencida. No me gustó la idea. Discutimos. Yo opinaba que una cosa era cuidar su imagen y otra era exagerar. Le dije que le daba demasiada importancia a su cuerpo, que se centrara en el interior. Acabamos mal, enfadada.

Comencé a preocuparme de verdad cuando noté que sólo hablaba de las calorías que contienen los alimentos. Se medía una y otra vez el volumen de su cuerpo, dispuesta a adelgazar más y más. Con el paso del tiempo, la situación se complicó. Las comidas se convirtieron en el peor rato del día, los espejos en su mayor obsesión.

Su amistad había pasado a ser un sacrificio. Intenté hacer la situación llevadera, intentando convencerme de que lo que estaba pasando no era cierto. Hasta que, de una vez por todas, decidí sentar la cabeza. Llegué a convencerme de que mi prima tenía un grave problema.

La vida es un regalo y lo que ella estaba haciendo era un suicidio, algo inhumano. Ella sólo pensaba en sí misma, no se daba cuenta de que estaba echando por la borda tantos años de felicidad. Así que me convencí de que estaba a su lado por algo. No podía quedarme de brazos cruzados. Siempre nos habíamos ayudado.

Acudí a mi madre. Se desconcertó al escuchar lo que le sucedía a Sofía, pero reconoció que había notado un cambio importante en mi prima. Después me aconsejó.

Hablé con mi tía Mónica, la madre de Sofía. Se disgustó muchísimo pero después buscó a un médico especialista. Al principio Sofía se enojó y rechazó la ayuda. Pero cada día estaba peor, así que su madre decidió ingresarla en un hospital.

Desde que ingresó, yo no era la misma. No me divertía, apenas sonreía y no me apetecía salir de fiesta. Mi prima lo era todo para mí. Pero su enfermedad avanzaba y llegó a entrar en coma. Se me quitó el sueño. Me pasaba las noches llorando, contemplando las fotos en las que Sofía salía junto a mí.

Hoy he decidido venir a verla.

Casi no puede hablar. Sostengo su mano. De su boca salen unas palabras dulces: “Te debo mi vida”.