XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Tic tac 

Silvia Marcé, 16 años

                    Colegio Ayalde (Bilbao)  

Marcos estaba de pie, quieto, sin mover un solo músculo, la mirada atenta a los detalles de su imagen. Desde hacía días vivía obsesionado con mirarse al espejo, y dedicaba la mayor parte de su tiempo a esta extravagante actividad.

Se debía a que una mañana, de improviso, se había despertado con una nueva idea en la cabeza:

«Los espejos son portales que nos permiten entrar en un mundo paralelo».

Se empecinó en creerse que aquel mundo tenía una semejanza tal con el nuestro, que cada vez que intentaba cruzar a través del cristal, su imagen lo intentaba también y, claro, ambos se topaban —el uno contra el otro—, impidiéndose el paso mutuamente.

Marcos se propuso sorprender a su imagen en un descuido, para lograr cruzar la frontera con ese mundo paralelo. Comprendió que le sería más fácil si contaba con un compañero para enfrentarse a tamaño reto. Por desgracia, compartir su ocurrencia a viva voz no fue una buena idea, y los que antes eran sus amigos le abandonaron después de tomarle por insensato, soñador e infantil. Así que Marcos volvió a ponerse ante el espejo, solo, buscando el camino a ese mundo nuevo.

Un día creyó que había encontrado el secreto. Pasaron las horas. Los ojos se le enrojecieron a causa del del esfuerzo y la concentración. Un reloj de pared, que colgaba en aquella habitación, marcaba cada segundo: «tic tac»... Y de pronto, halló la clave : ¡Era el reloj! ¡El reloj! El del espejo marcaba las doce y cuarto, mientras el del cuarto señalaba las siete. «Tic tac».

—¡Por fin lo he logrado! Ahora me creerán.

Una risa histérica se apoderó de él, que se convulsionó hasta hacerse un ovillo en el suelo. Mientras los celadores del psiquiátrico le administraban una dosis de calmantes, Marcos babeaba sobre la camisa de fuerza. Y de su boca brotaba una sucesión de onomatopeyas:

—Tic tac…

Los enfermeros cerraron la puerta de la habitación aislada. Estaban acostumbrados a atender los ataques diarios de Marcos, que se creía vivir frente a un espejo mientras en su cabeza resonaba el estruendo del segundero.