III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Tiempo de hadas

Sara Mehrgut Palenzuela, 15 años

                 Colegio Alcazarén (Valladolid)  

      -Entonces doctor, ¿la niña es sonámbula?

       -No, no es eso.

       -¿Padece insomnio?

       -No. Bueno, a mí no me lo parece.

       -Pero, entonces... -pronunció Belén, exaltada- ¿Usted no es doctor? Dígame de una vez qué le ocurre a mi hija.

       -Su hija Sarita... -de repente, Miguel enmudeció. Le daba verguenza hacer semejante afirmación.

       -¿Si? -le apremió la impaciente madre.

       -Su hija cree en las hadas.

       Belén estaba cansada. Llevaba semanas sin poder conciliar el sueño porque al rondar el amanecer se encontraba a Sarita volviendo a su habitación. Sus pequeñas zapatillas estaban manchadas del barro del jardín y su nariz y pómulos enrojecidos a causa del frío. Por mucho que se lo exigía, su hija no le daba ninguna explicación sobre sus salidas nocturnas.

       -¿Me quiere decir, Miguel, que llamo al mejor doctor de la ciudad para que diga que mi hija cree en no sé qué tonterías?

       Miguel recogió pausadamente su maletín bajo la mirada consternada de Belén.

       -Agradezca que no la denuncie al Santo Oficio por brujería. A su madre ya la sometieron a un juicio.

       -Y salió airosa, doctor, por si no lo recuerda. En esta familia no hay ni brujas, ni hadas ni fantasías. ¿Qué le debo?

       -Nada. Yo no he estado aquí. De ninguna manera quisiera que se me asociara con esta familia. Permiso...

       Belén se quedó bajo el portalón de entrada al caserío mientras el doctor montaba en su vieja yegua y salía a galope.

       Su familia, tan respetada terminaría en la hoguera si la pequeña persistía en esa doble vida nocturna. ¿Cuándo llegaría su marido de América? Él era el único capaz de poner algo de orden en aquella casa, porque ella, con tan sólo veintiseis años, intentaba mostrar una fortaleza que no sentía.

       -Entonces, abuelita ¿No puedo volver a ir en buscar de las hadas?

       -No. Hazlo por tu madre. Está tan cansada....

       Sarita reflexionó un momento y volvió a preguntar:

       -Pero, ¿nunca, nunca?

       -Volverás a verlas, pero debes esperar. Cuando tu padre vuelva, yo misma te acompañaré.

       -Está bien –sonrió, resignada.

       La anciana miró a Sarita con nostalgia y afirmó:

       -Te estás haciendo mayor. Poco a poco, te olvidarás de ellas.

       -¡Eso sí que no! ¿Cómo voy a olvidarme de la princesa Dorita?

       -Es cierto; nunca te olvidarás de ella, pero lo parecerá. Más tarde, cuando seas una abuelita como yo, les hablarás a tus nietos de Dorita y del secreto para ver a las hadas, así, como he hecho yo contigo. Después pasarán los años y morirás para convertirte en polvo de hadas. ¿Lo entiendes?

       -Sí, pero...¿Me acompañas esta noche a despedirme de Dorita?

       La abuela sonrió.