V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Tierra a la vista

Beatriz Pérez-Monte, 14 años

                  Colegio SEK-Ciudalcampo (Madrid)  

Recuerdo bien aquel diecisiete de abril de 1492. La expectación ante la expedición capitaneada por Cristóbal Colón era inmensa. Gracias a los Reyes Católicos, partíamos del puerto de Palos de la Frontera rumbo a las Indias por una nueva ruta.

Ultimados los preparativos, iniciamos nuestra aventura sin saber muy bien adónde llegaríamos, si los víveres serían suficientes o si el escorbuto haría mella en la tripulación.

Me llaman Rodrigo de Triana. Soy el vigía de “La Pinta”, una de las tres carabelas con las que contábamos.

De las siguientes semanas, destaco la monotonía de nuestras tareas diarias. Por aquel entonces yo era un muchacho ingenuo y soñador que sólo buscaba aventuras marineras, sin pensar en los aspectos negativos de este oficio.

Desde mi puesto, era perfectamente visible el horizonte. Podía pasar horas contemplándolo, dejándome arrastrar por la inmensidad del mar, siempre oteando en busca la tierra.

Todos los días clavaba la mirada en el horizonte, esperando encontrar las costa de las Indias. Estábamos ya en una etapa difícil, pues nos faltaba comida.

Si el capitán había previsto un trayecto más corto, se equivocaba. La moral de la tripulación empezaba a decaer. Murmuraban la necesidad de un motín, hartos de la eterna espera.

El ambiente era tenso, cargado de desconfianza. Los marineros se sentían engañados por Colón: nadie les había dicho que el viaje fuera a prolongarse durante tantas semanas. La mitad de las carabelas sufrían escorbuto. El mismo Colón se refugiaba en su camarote, desahogándose en un diario que posteriormente se haría famoso.

A mí sólo me quedaba pensar en la recompensa. El primero que avistara tierra sería premiado con una cantidad suplementaria de dinero.

Me resigné a seguir contemplando el horizonte al tiempo que aguardaba una respuesta a todas mis preguntas. La respuesta llegó la madrugada del doce de octubre. Al otear el mar, vi una lengua de tierra. Emocionado, comencé a gritar:

-¡Tierra a la vista!

Aquella era la respuesta a todas nuestras plegarias.

Desembarcamos en una isla a la que Colón puso por nombre San Salvador, aunque los indígenas que la habitaban la llamaban Guanahaní.

Por supuesto, de la recompensa no supe nunca nada. Colón se atribuyó el grito, alegando que él había sido el primero en ver la isla.

Ninguno de nosotros sabía por entonces que aquella porción de tierra a la que habíamos llegado, no era la India, como pensamos, sino que habíamos descubierto un nuevo continente, clave para la Historia y que convertiría España en el más importantes de los imperios.