X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Todo llega a su fin

Marta Pujol, 14 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Notó el sabor amargo del café bajando por su garganta. Estaba acomodada en su butaca favorita con la taza en la mano, observando al hombre que había venido a visitarla. Era bastante atractivo, rondaría los cuarenta y las primeras canas empezaban a asomar en su pelo negro. Llevaba un traje impoluto y sus ojos de un azul intenso la observaban.

-Creo que sabes por qué estoy aquí.

Ella lo sospechaba, pero decidió fingir.

-La verdad es que no. ¿Le conozco?

El hombre hizo un mohín, sabía perfectamente que ella mentía.

-Amanda, por favor, no digas tonterías. ¿Me estás diciendo que no te acuerdas de aquel chico delgaducho e indefenso que era yo?

Ella tragó saliva mientras él continuaba.

-Te refrescaré la memoria: yo te ayudé a escribir. Te daba ideas y así conseguiste saltar a la fama. La gran escritora Amanda Fernández se hacía de oro mientras yo luchaba con uñas y dientes para hacerme con un puesto de trabajo con el que apenas llegaba a final de mes. Aunque luego fundé mi propia empresa. No me fue mal y, como puedes ver, ahora vivo bastante bien – . La habitación se llenó de un silencio incómodo –. Pero no te acordaste de mí. En ningún momento pensaste en cómo me debía sentir cuando veía que mis obras iban firmadas por otra persona y que se vendían millones de copias.

El hombre se levantó de la silla y empezó a pasear furioso por la sala.

–He pensado mucho durante estos años, ¿sabes? En todo lo que me dirías cuando nos encontráramos. Y ahora no dices nada... ¿A caso tienes miedo de que todos se enteren?

-Nadie te creería.

-¿Estás segura?... ¿Acaso un hombre con dinero no puede comprar influencias?

Amanda le miró con rabia porque él tenía razón. Ahora su futuro pendía de un hilo; si aquel hombre contaba la verdad su carrera se acabaría.

-¿Qué quieres que haga?

Él rio fríamente.

-Tan sólo he venido a decirte adiós, Amanda.

Se le aceleró el corazón. Notaba que unas convulsiones sacudían su cuerpo. Miró aterrada a aquel hombre de porte elegante, plantado delante de ella en el salón de su casa.

-¿Qué has hecho? – apenas consiguió balbucir.

No la contestó. Metió la mano en su bolsillo y extrajo un puñado de pétalos de rosa marchitos. La abrió y dejó que cayeran al suelo, junto con una nota.

-Dulces sueños Amanda.

La taza le resbaló de las manos y se hizo añicos. El hombre sonrió impasible y abandonó la casa. Amanda cayó al suelo. Intentó alcanzar su teléfono, pero era tarde. La vista se le nubló. Con su último aliento leyó lo que decía la nota.

La policía encontró el cuerpo dos días más tarde. Amanda Fernández yacía en el suelo. Su mano agarraba un trozo de papel. Buscaron pistas e investigaron a posibles sospechosos, pero el caso del asesinato de la célebre escritora nunca fue resuelto.

***

10 años más tarde

Un hombre trajeado avanzaba serpenteando entre las lápidas de un cementerio. Era atractivo, de pelo cano y ojos azules. Se detuvo delante de una tumba en la que reposaba una conocida escritora, metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó pétalos de rosa marchitos. Los extendió por el mármol blanco a la vez que dejaba una nota sobre la losa. Rezaba lo mismo que había escrito años atrás: Todo llega a su fin.