II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Tres premoniciones

Lorena Rincón, 17 años

                  Virgen de Atocha (Madrid)  

    Aquella tarde lluviosa, Lucas no conseguía arrancarle las notas que quería a su guitarra. Al día siguiente era el ensayo general antes del concierto que darían ese fin de semana. Cada cuarto de hora hacía un pequeño descanso, en el que se dedicaba a mirar las gotas de lluvia resbalar por la ventana, y a dejar la mente en blanco, para no obsesionarse con la melodía. También había cerrado la puerta, para que ningún ruido externo le molestase, de forma que convertía su habitación en una especie de santuario en el que sólo se escuchaba la vibrante música rock de su guitarra.

    Lucas estaba nervioso, como es de suponer; lo último que pretendía era defraudar a sus amigos. Por su cabeza pasaba su gran responsabilidad de tocar bien, ya que habían puesto mucha confianza en él. En uno de esos descansos en los que se dedicaba a no pensar en nada, su madre entró:

     - Lucas, ha llamado la tía. Dice que si te gusta el pescado en salsa verde.

Lucas odiaba que su madre entrase en su habitación sin llamar, y reaccionó enfadado ante esta intrusión inesperada:

    -¡Sí mamá! Dile que sí que me gusta.

    A los pocos minutos entró su padre, y le interrumpió mientras trataba de perfeccionar la última pieza del concierto:

    -¿Qué quieres? –chilló encolerizado-. ¿No os podéis esperar a que termine de tocar?

    Joaquín, el padre de Lucas, era un hombre peculiar. Tenía un bar, que era el negocio familiar, en el que a pesar de su constante insistencia su hijo rechazaba trabajar. Y es que al chico no le gustaba compartir tiempo con su padre. ¡Eran tan distintos...! Por eso, Joaquín, que estaba al tanto de los pensamientos de su hijo, no se esforzó en que su entrada al templo prohibido fuese productiva:

    -Nada. Ya vendré cuando hayas terminado.

    Ya de madrugada, Lucas entró en la franja de la noche en la que todos comenzamos a soñar. Se encontraba dentro de una habitación blanca en su totalidad, sin una sola mota de polvo que la desmejorase. Tras unos instantes se percató de que no estaba solo en aquel lugar. Su acompañante era un hombre entrado años, con una larga barba canosa. Como iba vestido de negro, destacaba entre tanta blancura impoluta. Comenzó a hablarle de forma muy amable.

    -Hola, Lucas. ¿Sabes dónde estás?

    - No -contestó confundido.

    -Estás en la estancia de tu mente en la que se generan los sueños. Hoy experimentarás un cambio en tu actividad mental usual.

    -¿Qué cambio? ¿Y quién es usted?

    -Soy el que está en tus sueños, no tengo otra identidad. Te debo informar de que, a partir de ahora, tus sueños alcanzarán otra dimensión. De ahora en adelante yo mismo te adelantaré cosas que pasarán en tu día a día.

    -Si no me equivoco, lo que trata de decirme es que me contará cosas que me pasarán, como una especie de adivino –supuso Lucas.

    -Exacto. Yo me dedicaré, noche tras noche, a revelarte sucesos que acontecerán de forma irremediable.

    El hombre permaneció en silencio unos instantes. Dejó un tiempo mudo para que Lucas asimilase sus próximas noches, que no serían normales. Después reanudó su discurso.

    - Para empezar, y para que no dudes de mi palabra, mañana comenzarán los acontecimientos previstos. Entonces es tu ensayo con tu grupo de música. Pues, te advierto de que tendréis una visita inesperada en la sala de ensayo. Y recuerda, todo lo que yo te diga, ocurrirá sin remedio.

    En aquel momento, Lucas se despertó. Se sentía confundido, pero no tardó en calmarse al entender que no era más que un sueño. Fue a la cocina a desayunar.

    - ¡Buenos días, hijo! ¿Qué tal has dormido? – Le saludó su padre con una vitalidad sorprendente a aquellas horas de la mañana.

    Lucas no tenía ánimos mañaneros, y contestó de la forma más simpática que pudo, con voz de recién levantado.

    -Buenos días –dijo con los ojos aún entornados.

    -Lucas, he estado pensando que como hoy es el ensayo, y la sala está muy lejos, puedo llevaros a ti y a tus amigos en la furgoneta. Allí también cabrán los instrumentos.

    -No papá –replicó Lucas, tratando de evitar que su padre se mezclase en sus asuntos–. No hace falta. Nos va a llevar el hermano de Raúl.

    -Pero el hermano de Raúl tiene un coche pequeño, y allí no entraréis con todo.

    Al final, Joaquín consiguió convencer a su hijo, con la condición que luego se volviese a casa y no se quedase allí.

    Esa tarde, Joaquín y Lucas efectuaron un itinerario por las casas de los integrantes del grupo, para recogerlos y dirigirse a la sala de ensayos.

    Una vez allí, todos se colocaron con sus instrumentos. Joaquín, con el semblante triste, se dispuso a marcharse cuando su hijo le hizo el gesto acordado. Pero en su camino de salida se encontró con un hombre vestido de forma extraña, que le preguntó por el nombre de la sala y por la entrada de la misma. Joaquín le acompañó amable. Al abrir la puerta, todos pararon de tocar, como si temiesen que alguien les escuchase. Cuando Lucas vio que se trataba de su padre, se llevó las manos a la cabeza.

    -¡Vete! ¡Déjanos tocar!

    -Pero hijo, aquí hay alguien que quería ver la sala.

    -Pues haberle dicho que está ocupada.

    -Pero yo creía…

    Un compañero de Lucas entrevió al hombre por la puerta a medio abrir. Interrumpió a Joaquín.

    -¡Es DQ! ¿Alguien tiene una cámara de fotos?

    -¿Sí? ¡No puede ser! – gritó otro de los chicos al saber que el famoso cantante estaba allí.

    Se formó una gran algarabía por parte de los muchachos. Dejaron sus instrumentos de lado y corrieron a hacerse fotos con DQ, quien aceptó gustoso. Resulta que el cantante se dirigía a grabar a una sala de un nombre muy parecido, a la que había confundido con aquella. Al ver como ya había cumplido su papel, Joaquín salió. El cantante descubrió lo que pasaba y se dirigió a Lucas:

- Deberías ser más amable con él. Después de todo, es tu padre.

    Lucas enrojeció. Sin embargo, aunque fuese su padre era un hombre insufrible, y eso debía ser un atenuante, ¿o no?

    Aquella noche volvió a encontrarse con el hombre barbudo vestido de negro dentro de la habitación blanca. Parecía enfadado con Lucas; su tono no era el cordial de la noche anterior.

    -Ya veo que no entiendes nada de lo que quiero mostrarte con estos encuentros. Muy bien; te daré otra oportunidad. Mañana descubrirás algo sorprendente.

    Entonces se despertó y sintió miedo. Los sueños se estaban cumpliendo a pesar de su incredulidad. A lo mejor es que él disponía de un don oculto, algo que no sabía. Pero aún así, lo más seguro era que lo estuviese imaginando. Después de todo, la aparición de DQ podía ser una casualidad; él no era el responsable de que se hubiese equivocado de sala.

    Aquella tarde, Lucas dejó a un lado la música para dedicarse a sus quehaceres del colegio. En un momento dado necesitó sacar punta a su lápiz, y su sacapuntas no aparecía. Buscó otro por los cajones del salón. En uno de ellos descubrió algo insólito. Al sacar de allí todos los papeles que le estorbaban, vio entre ellos un catálogo de guitarras. Sabía que sus padres le habían regalado una por su cumpleaños, aquello no era nuevo, y como era de esperar tuvieron que elegirla de aquel catálogo. Sin embargo, junto a ese folleto encontró otro, pero no de guitarras, sino de coches. Exactamente, de ajustes y arreglos para los automóviles: tapicerías, carrocerías, extras… Y entre todo ello había una furgoneta rodeada con un círculo rojo. Descubrió que su padre pretendía darle una mano de pintura a la furgoneta, y también leyó en el papel que costaba lo mismo que su guitarra. Lucas se sintió avergonzado. La música para él era muy importante, pero la furgoneta era una necesidad para la familia, y su exterior no estaba pasando por sus mejores momentos. Sabía que su padre no había dejado el catálogo ahí para que lo viese. De hecho estaba bien escondido para que nunca lo encontrase.

    De nuevo, aquella noche volvió a soñar con el mismo hombre y la misma habitación.

    -Ya nos vamos entendiendo. Creo que comprendes lo que significan estas premoniciones –Lucas asintió-. Hoy tendremos la última sesión, y te revelaré lo último que está permitido que conozcas de tu futuro. Ten cuidado, no vayas a causar algo malo que no tenga remedio.

    El cerebro de Lucas comenzó a funcionar en aquel mismo instante, aún dormido. Algo le decía que eso ya había ocurrido, pero tenía remedio. ¿Dónde estaba su guitarra? En el baño. ¿Y qué hacía en el baño? Es verdad, el enchufe de su habitación estaba estropeado. ¿Y qué hacía la guitarra aún enchufada en el baño? Un ruido le despertó, ¿o era su propio subconsciente, que estaba en alerta?

    Se levantó de la cama y fue corriendo al baño. Le había despertado su padre, que se dirigía al lavabo en plena noche. Pero Lucas llegó allí antes que él. Había dejado la guitarra con el amplificador encendido junto a un escape de agua de la tubería. Todavía no había llegado el agua al punto crítico, y su padre no había cometido la tremenda fatalidad de encender el interruptor. Lucas fue corriendo al cuadro de la electricidad ante la mirada atónita de su padre, y cortó el suministro.

    Joaquín no daba crédito a lo que había estado a punto de ocurrirle. Se le pasó por la cabeza regañar a su hijo, no podía ser tan descuidado. Pero no fue capaz. Se abrazaron en silencio, para no despertar a la señora de la casa. Y tras retirar todo el agua, volvieron a sus respectivas camas, convencidos de que habían vuelto a nacer.