III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Tres versiones

Gabriel de la Esperanza, 14 años

                 Colegio El Prado (Madrid)  

       Era una bonita tarde de primavera. Ana estaba tomándose un café con leche en una terraza del paseo de la Castellana de Madrid. Los paseantes iban bien vestidos, al igual que los vecinos de mesa. Ana tampoco desentonaba con su ropa exclusiva y la larga melena rubia que le bajaba por los hombros. No sabía que el ministro de Interior estaba a punto de llegar para ofrecer una rueda de prensa en la que pretendía explicar la muerte dos terroristas en prisión. Ana era aficionada a los coches y vio aparecer un Mercedes-Benz azul marino del que bajó un hombre acompañado por un maletín, a través del cual se podía ver una pequeña luz roja y parpadeante.

       Alfonso tenía prisa. A causa del tráfico, llegaba tarde a una importante reunión en la plaza de Joan Miró. Para su desgracia, habían cortado al tráfico rodado el lateral de la avenida. La policía cercaba los alrededores del ministerio del Interior. Aparcó en una bocacalle y echó a correr.

       Raúl iba en su coche patrulla rumbo a una rueda de prensa del ministro del Interior. Tenía que asignar los puestos de cada miembro del cuerpo para la mayor seguridad del acto. Había un gran atasco, pues les habían dado la orden de cortar la calle. Puso la sirena en el techo del vehículo, se abrió paso entre los coches y entró en el perímetro de seguridad. Aparcó enfrente de una bonita cafetería con terraza. En ella vio a una apuesta mujer que se estaba tomando un café. Mientras la miraba, un hombre le golpeó sin querer. Iba con prisa hacia la plaza de Colón. Esto le recordó que tenía que restringir el acceso de los peatones en el perímetro de seguridad.

       Ana se dio cuenta de que aquel extraño se acercaba al plató que habían preparado para la rueda de prensa. El hombre puso cuidado en que nadie le estuviese mirando y colocó el maletín detrás de una mesa. Luego salió corriendo, se metió en su coche y, después de convencer al policía para que le abriese un hueco entre las vallas de seguridad, consiguió salir al asfalto.

       Alfonso estaba en el portal del edificio. Cepillaba su traje, que se había ensuciado al chocar por accidente contra un policía. De repente empezó a oír un agudo pitido. El suelo vibró y su corazón comenzó a latir a un ritmo acelerado. Se acercó a la esquina con el paseo de la Castellana y vio una nube de humo y fuego.

       Raúl estaba aturdido. Había visto la explosión y se disponía a bajar del coche para conocer qué había pasado. Se bajó del coche y descubrió la calle sembrada de cadáveres. Llamó inmediatamente a sus compañeros del SAMUR. Pocos segundos después, cayó desmayado.

       Ana estaba en el suelo. Tenía un cristal incrustado en la pierna derecha. Miró hacia los lados y solo vio humo. Pero, de repente, descubrió un hombre elegantemente vestido que se acercaba.

       Alfonso se había acercado a la terraza de la Castellana. Descubrió una guapa mujer tirada en el suelo, con algo clavado en su pierna. Se acercó y le susurró:

       -¿Está bien? Voy a sacarla de aquí.

       <<¡Qué hombre tan bueno!>>, pensó Ana. Le rogó que la sacara de allí. El hombre la tomó en brazos y salieron de la humareda. Se dirigieron hacia una ambulancia del SAMUR. Él se disponía a tumbarla en una camilla cuando Ana vio a un policía unos metros más allá, tirado en el suelo, que parecía estar vivo. Avisó a aquel misterioso salvador y el hombre se dirigió hacia él.

       Raúl abrió los ojos y vio a un hombre elegante y sudoroso que le tomaba en brazos para llevarle hasta los médicos del SAMUR. Su salvador buscó de nuevo a la chica.

       Alfonso había salvado a dos personas, pero una de ellas le llamaba especialmente la atención. La vio ya de pie. Al parecer, el cristal solo le había provocado una pequeña herida. Entonces se presentaron y se sentaron en un banco cubierto de polvo

       Mientras, Raúl veía como aquella belleza se marchaba de la mano de su salvador.