III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Tres vocales y
tres consonantes

Blanca Gaig, 16 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

    Me levanté por la mañana y ya no estaba. Se había marchado. Sin despedirse. Sin decir nada. Se había ido.

    Me sentía mal. Fatal. Una pequeña gota de agua tibia empezó a deslizarse por mi cara. Dos, tres. No podía evitarlo. Destrozada, así me sentía. Culpa mía, todo era culpa mía. Si no hubiese hecho eso… Si no hubiese dicho eso… Si hubiese estado ahí, quizá…

Ya no podía ni pensar, tenía la mente nublada. Cerrada. En la radio sonaba una canción de Serrat. Triste. Consoladora.

    No sabía qué hacer. Intenté moverme, pero mi cuerpo no respondía. No hacía más que llorar. Y temblar. Estaba hundida. Deprimida. ¿Tan horrible era? No lo entendía. Bueno, sí. Claro que lo entendía. ¿Para qué engañarme? En lo más profundo de mi ser siempre había temido que ocurriese algún día. Pero no que estuviese tan cercano. Si lo hubiese sabido… Le habría dicho que le quería. Que me importaba. Cada día le hubiese abrazado. Besado. Jamás me habría separado de él. Lo habría dejado todo si me lo hubiese pedido. Todo. Por estar juntos. Por seguir estando juntos. Pero ya era demasiado tarde. Si lo hubiese sabido…

    Cambié de emisora. Ahora era Beethoven, con su himno, quien intentaba reanimarme.

    Oí un ruido procedente del recibidor. Y a alguien pronunciar:

    -¿Silvia?