X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Tú, yo... ¿nosotros?

María Miño, 16 años

                  Colegio Aldeafuente (Madrid)  

No me quiero perder en el abismo de sus ojos. Aunque su cuerpo me diga que puedo sentirme segura con él, sé que por dentro tiene un puma dispuesto a saltar sobre mí para devorarme.

Él es como una corriente que te arrastra con fuerza. Incluso aquellos con los que contabas para que te ayudaran, se han ido. No me asusta la soledad, sí que mis sentimientos no se callen. Son como nubes que no me dejan ver con claridad. Me envuelven y empujan. Pero del cuello tengo colgada una brújula que me indica, infalible, el camino. Sólo tengo una lucha interior, una batalla que me carcome y persigue donde quiera que vaya: entre lo que quiero y lo que debo; entre lo que siento y lo que pienso.

El ritmo de sus pasos me hace perder el hilo de mis pensamientos. Se acerca y me abraza. Después se sienta mientras me mira. Sabe que quiero decirle algo importante. Noto, al ver cómo se quita la cazadora, que esta inseguro. En el fondo le da miedo lo que le pueda decir. Sé que me quiere y que lo que siento es real y profundo, que nuestros sentimientos son gemelos. Pero ahora no puedo pensarlo porque, entonces, me echaré atrás.

Se revuelve el pelo y me mira a los ojos. Sé que me toca hablar. Trato de no fijarme en lo guapo que está con un poco de barba, el pelo aún mojado de la ducha y el ceño fruncido.

Entonces empiezo a pensar en lo que han bajado mis notas de la universidad, en que casi me convence para pasar la noche con él en unas cuantas ocasiones y que, además, por defenderle me he enfadado con todas mis amigas. Por él casi pierdo mi vida y no puedo dejar que pase eso. Entonces noto cierto enfado en mí y lo aprovecho para endurecerme, para decirle con seguridad que ya no quiero seguir con él.

-Álvaro, tengo claro lo que quiero. Sé cómo veo mi futuro y, por lo que hemos vivido estos meses, tú no puedes formar parte de él.

Esta frase le golpea con la fuerza de mi enfado. Cierra los ojos y baja las manos, apoyándolas en la mesa del café. Está pensando a toda prisa, le conozco muy bien. De pronto abre los ojos y me dice:

-No me trates como si fuera tu enemigo; sabes que no lo soy. Me he dado cuenta de que no estás contenta con muchas cosas, pero estoy seguro de que me quieres tanto como yo a ti. No sé si en el fondo deseas dejarme, pues desconozco si en tu interior la balanza se inclina más por tu carrera y tu vida antes de conocerme o por donde estoy yo y todas las cosas que hemos vivido juntos. Carolina, te quiero y por eso deseo construir mi vida a tu lado.

Mis recuerdos, a partir de entonces, se desdibujan. Ya no sé si ella se puso a llorar en ese momento o fue después. Sigue dándome rabia no visualizar el último instante que vi su cara, cuando se fue disculpándose, diciendo que tenía que recuperar su antigua vida, fuera como fuese.

Me paso la mano por el pelo grasiento. Han pasado cinco años desde que Carolina se fue. Ahora habrá terminado la carrera y será una abogada de prestigio. A veces pienso que quizá, algún día, la encuentre paseando por la calle. Por mi calle. Esta calle por la que tanta gente pasa sin mirarme mientras yo, con mi guitarra, toco una rasgada melodía.

Con Carolina en mis pensamientos me siento en el suelo, triste porque su pérdida supuso para mí la pérdida de todo. En el fondo sé que he perdido hasta la cabeza. Y que ahora lo único que me mantiene deambulando por aquí es el abismo intangible de su recuerdo.