VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Un amor original

Manuel Mellado, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Siempre que pasaba por aquella zona, se paraba a observarla. Le había conquistado. Nunca había sentido nada igual por nadie; no podía dejar de mirarla. Arturo siempre había sido una persona muy dura y que no se dejaba hipnotizar por cosas superfluas. Pero aquello fue superior a sus fuerzas. ¡Una mujer! No sabía cómo explicarlo.

Arturo era una persona eticulosa, que siempre buscaba hacer las cosas con perfección. Y acababa de encontrar la encarnación de esa perfección. Ella era la figura idílica, como una suave tela de seda que cae sobre el borde de una mesa dibujando unas líneas caprichosas. Parecía que un hacedor había tomado medidas para poder confeccionar aquella silueta.

Mas no era sólo la silueta lo que a Arturo maravillaba. Sus manos eran finas, delicadas y elegantes, con unas uñas de una longitud exacta en cada dedo y unos dedos que encajaban en la excelencia del conjunto. Sus piernas largas y bonitas, se acoplaban de maravilla para darle un empujón más hacia el esplendor.

Pero nada era comparable a su rostro: unos labios delicados, una nariz pequeña y un poquito respingona y unos ojos que, como decía el propio Arturo, eran el prototipo de cómo una mujer debería tener los ojos; de un azul muy claro, aunque no era el color lo que le maravillaba a Arturo, sino la mirada que proyectaban, ya que no se conseguía saber en qué objeto estaban concentrados. Le obsesionaba aquel misterio.

También le intrigaba por qué cambiaba de ropa a menudo y conseguía no repetir los conjuntos. Una vez estrenados, los llevaba durante unos pocos días y los cambiaba por otros para nunca más volvérselos a poner.

Pensó durante mucho tiempo cuál sería su nombre. Se le pasaron por la mente numerosos nombres, hasta que recapacitó para decidir que aquello no tenía relevancia. Ya se le despejaría la duda el día que Arturo se atreviera a presentarse ante ella.

Cuando aquel momento se produjo, Arturo comprendió que lo que le tenía maravillado era un simple maniquí.